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La Muchacha De Los ArcoГ­ris Prohibidos
Rosette Rosette


El encuentro de dos soledades en el contexto fascinante de una imaginaria aldea escocesa es el punto de partida de una gran historia de amor en la que nada es como siempre. La protagonista - Melisande Bruno - es la muchacha los arcoГ­ris prohibidos, capaz de ver sГіlo en blanco y negro. Y su contrapunto, asГ­ como gran amor, es SebastiГЎn McLaine, escritor relegado a una silla de ruedas.






























CapГ­tulo Primero




















LevantГ© el rostro, ofreciГ©ndolo al apacible viento. La brisa ligera me pareciГі de buen augurio, casi una amiga, una seГ±al de que mi vida estaba cambiando de rumbo, y esta vez para bien.

ApretГ© con mГЎs firmeza la mano derecha en la maleta y reanudГ© el camino con una confianza renovada. No estaba lejos de mi lugar de destino, a juzgar por las indicaciones tranquilizadoras del chГіfer del autobГєs, y que yo esperaba fueran ciertas, y no simplemente optimistas.

Cuando lleguГ© a la cima de la colina, me detuve, en parte para retomar el aliento, y en parte porque no podГ­a creer lo que veГ­an mis ojos.

ВїModesta morada? AsГ­ la habГ­a definido la seГ±ora McMillian al telГ©fono, con el candor tГ­pico de la gente que vive en zonas rurales. Y era evidente que estaba bromeando. No podГ­a haber hablado en serio, no podГ­a ser tan ingenua respecto al resto del mundo.

La casa se erguГ­a majestuosa y real como un Palacio de Hadas. Si su ubicaciГіn habГ­a sido elegida con el deseo de mimetizarla con la tupida y lozana vegetaciГіn circundante, bueno... el intento habГ­a fracasado.

De pronto me sobrevino una sensaciГіn de cohibimiento, por lo que evoquГ© el entusiasmo con el que habГ­a afrontado el viaje de Londres a Escocia, y de Edimburgo a aquella pintoresca, apartada y tranquila aldea de las Highlands. Esa oferta de trabajo me habГ­a caГ­do como un bumerГЎn, un manГЎ del cielo, en un momento triste y carente de esperanzas. Me habГ­a resignado a pasar de una oficina a otra, cual mГЎs anГіnima y miserable, en calidad de secretaria todo servicio, destinada a vivir de ilusiones. Luego la lectura casual de un anuncio y la llamada de la que habГ­a surgido ese radical cambio de residencia, una mudanza brusca pero fuertemente deseada. Hasta hace unos pocos minutos, todo eso me parecГ­a magia... ВїQuГ© habГ­a cambiado, a fin de cuentas?

SuspirГ© y obliguГ© a mis pies a ponerse en movimiento de nuevo. Esta vez mi camino no fue triunfal como pocos minutos antes, sino mГЎs bien torpe y vacilante. La verdadera Melisande volvГ­a a flote, mГЎs fuerte que el lastre con el cual habГ­a vanamente intentado ahogarla.

RecorrГ­ lo que quedaba del camino, con lentitud exasperante, y fui inmensamente feliz de estar sola, sin que nadie pudiera adivinar el verdadero motivo de mi indecisiГіn. Mi timidez, manto protector dotado de vida autГіnoma, a pesar de mis reiterados y fracasados intentos de sacГЎrmela de encima, habГ­a vuelto con prepotencia a la palestra, recordГЎndome quiГ©n era. CГіmo si pudiera olvidarlo.



LleguГ© a la verja de hierro, por lo menos de tres metros de alto, y aquГ­ tuve una nueva paralizante vacilaciГіn. Me mordГ­ los labios, barajando las alternativas que tenГ­a a disposiciГіn. Muy pocas, a decir verdad. Volver atrГЎs estaba fuera de discusiГіn. HabГ­a yo pagado los gastos a reembolsar del viaje, y el dinero que me quedaba era poco; muy poco, en verdad. Y ademГЎs, ВїquГ© me esperaba en Londres? Nada. El vacГ­o absoluto. Incluso mi compaГ±era de habitaciГіn se esforzaba por recordar mi nombre o, en el mejor de los casos, lo trabucaba.

El silencio en torno a mГ­ era absoluto, fragoroso en su total inmovilidad, roto sГіlo por los ruidos sordos de mi corazГіn. Puse la maleta en el angosto camino, sin preocuparme por las posibles manchas de la hierba. Total, para mГ­, ellas no importaban nada. Estaba relegada en un universo en blanco y negro, carente de cualquier asomo de color.

Y no en el sentido metafГіrico.

Me llevГ© una mano a la sien derecha, y efectuГ© una ligera presiГіn con las yemas de mis dedos. HabГ­a leГ­do en alguna parte que servГ­a para aflojar la tensiГіn, y aunque lo encontraba algo estГєpido y bГЎsicamente inГєtil, proseguГ­, obediente a un ritual en el que no tenГ­a ninguna fe, sГіlo respeto a una costumbre consolidada. Era agradablemente reconfortante tener costumbres. HabГ­a descubierto que contribuГ­a a tranquilizarme, y no me separaba nunca de ninguna de ellas. Bueno, no en ese momento.

HabГ­a dado un giro violento hacia una direcciГіn opuesta a la habitual, dejГЎndome arrastrar por la corriente, y en aquel momento quГ© no hubiera dado por volver atrГЎs.

ExtraГ±Г© mi habitaciГіn en Londres, pequeГ±a como la cabina de un buque, la sonrisa distraГ­da de mi coinquilina, las travesuras de su gato panzudo, e incluso las paredes desconchadas.

De repente, sin previo aviso, mi mano volviГі a coger la maleta de cuero, mientras me separaba de la verja a la que me habГ­a aferrado con la otra mano sin darme cuenta. No sabГ­a quГ© debГ­a hacer: si dar marcha atrГЎs o tocar el timbre, y ya no tuve manera de averiguarlo, porque en ese preciso instante sucedieron dos cosas simultГЎneamente.

LevantГ© la mirada, atraГ­da por un movimiento desde atrГЎs de una ventana del primer piso, y recuerdo haber visto una pequeГ±a persiana blanca dejada caer en su sitio. Y luego sentГ­ una voz de mujer, la misma que habГ­a escuchado pocos dГ­as antes al telГ©fono. La voz de la seГ±ora Millicent Mc Millian, terriblemente cercana.

—¡Señorita Bruno! Es usted, ¿verdad?

Me girГ© de golpe en la direcciГіn de la voz, olvidando el movimiento de la ventana del primer piso. Una mujer de mediana edad, huesuda, enjuta y con un aire afable, seguГ­a hablando, como un rГ­o desbordado. Me envolviГі.

—¡Pero claro que es usted! ¿Quién más podría ser? No recibimos muchas visitas aquí en Mildnight Rose House, y además, la estábamos esperando. ¿Ha hecho buen viaje, señorita?, ¿ha encontrado con facilidad la casa?, ¿tiene hambre, sed? Querrá descansar, supongo... Llamo inmediatamente a Kyle para que lleve el equipaje a su habitación... He elegido una habitación bonita, simple pero deliciosa, en el primer piso... —Intenté, con escasos resultados, responder al menos a una de sus preguntas, pero la señora Mc Millian no detenía su flujo ininterrumpido—. Por cierto, estará en el primer piso, como el señor Mc Laine... Por Dios, él no necesita asistencia de usted, ya tiene a Kyle, que es su enfermero... Él es en realidad un manitas... es también conductor..., ¿de quién?, no lo sabemos, ya que el señor Mc Laine no sale nunca... ¡Oh!, ¡me alegra mucho de que esté aquí! Sentía verdaderamente la falta de una compañía femenina... Esta casa es un poco lúgubre, adentro, claro... Aquí, al sol, todo parece maravilloso..., ¿no cree? ¿Le gusta el color?, es audaz, lo sé…, pero al señor Mc Laine le gusta.

Eh aquí…, pensé con amargura. Una pregunta, a la cual no tener que responder me hacía feliz.

SeguГ­ a la mujer dentro del patio, y luego en el atrio enorme de la casa. No dejГі un momento de hablar, en tono tintineante como el sonido de una campana. Me limitГ© a asentir acГЎ y allГЎ, echando un rГЎpido vistazo a los ambientes por los cuales Г­bamos pasando.

La casa era realmente enorme, constatГ© con sorpresa. Me habГ­a esperado una decoraciГіn mГЎs sobria, espartana, masculina, dado que el propietario, mi nuevo empleador, era un hombre que vivГ­a solo. Evidentemente sus gustos eran de todo menos minimalistas. Los muebles eran lujosos, pomposos, antiguos. Del siglo XVIII, pensГ©, aunque no soy una experta en antigГјedades.

AcelerГ© el paso para no alejarme del ama de llaves, rГЎpida como un guepardo.

—La casa es enorme —balbuceé, aprovechando una pausa en su largo monólogo.

Me echГі una ojeada por encima del hombro.

—Lo es, señorita Bruno, pero la mitad está cerrada. Nosotros usamos sólo la planta baja y el primer piso. Es demasiado grande para un hombre solo, y agotador, para quien habla, que me encargo de ella. Aparte de la limpieza grande, de la que se ocupa una agencia de limpieza, para el resto estoy sólo yo. Y Kyle, naturalmente, que tiene otras tareas. Y usted, ahora.

Finalmente se detuvo de frente a una puerta y la abriГі. Le di el alcance, con la respiraciГіn ligeramente agitada. Estaba casi jadeante, exhausta.

Se me adelanto, y entrГі primero a la habitaciГіn, con una sonrisa hospitalaria en los labios.

—Espero que le guste, señorita Bruno. A propósito... ¿se pronuncia Bruno o Brunò?

—Bruno. Mi padre era de origen italiano —dije, con los ojos absortos en la contemplación de la habitación.

La seГ±ora Mc Millian reanudГі la charla, y se puso a contarme diferentes anГ©cdotas de su breve estancia juvenil en Italia, Florencia, y sus sucesivas vicisitudes como estudiante de historia del arte que bregaba contra la rГ­gida burocracia local.

Le prestГ© atenciГіn a medias, estaba demasiado emocionada como para fingir interГ©s. La habitaciГіn, que ella llamaba simple, era el triple de mi agujero londinense. Mis dudas iniciales fueron desbaratadas. ApoyГ© la maleta en la cГіmoda y volvГ­ a mirar la gran cama con dosel, tan antigua como el resto de muebles. Un escritorio, un ropero, una mesa de noche, una alfombra sobre el suelo de madera, una ventana a medio abrir. Me dirigГ­ en esa direcciГіn y la abrГ­ del todo, disfrutando del panorama esplГ©ndido que me rodeaba. A lo lejos se veГ­a la aldea, que apenas habГ­a percibido durante el recorrido en autobГєs, enrocada en la otra vertiente de la colina, una franja de rГ­o que desaparecГ­a a mi derecha, escondida por la densa vegetaciГіn, y el jardГ­n de abajo, bien cuidado y lleno de plantas.

—Adoro ocuparme del jardín —continuó tranquilamente el ama de llaves acercándoseme–. En particular, amo las rosas. Como ve, he cogido un manojo para usted.

Me girГ©, fijГЎndome, reciГ©n en ese momento, en el gran florero sobre la cГіmoda, rebosante, con un ramo lleno de rosas. CubrГ­ como un rayo la distancia que me separaba de Г©l, y sumergГ­ la nariz entre sus pГ©talos carnosos. El perfume me atontГі al instante, lo sentГ­ directo en mi cabeza, y me provocГі un ligero mareo.



Por primera vez, en mis veintidГіs aГ±os de vida, me sentГ­ en casa. Como si hubiera arribado finalmente a un puerto seguro y acogedor.

—¿Le gustan las rosas blancas, señorita? Quizá las prefería naranjas o rosas. O quizás amarillas...

VolvГ­ a pisar tierra, arrastrada a la fuerza por aquella pregunta insidiosa, quГ© claro, la amable mujer habГ­a pronunciado inocentemente y sin ninguna sospecha.

—Me gustan todas. No tengo preferencias —murmuré, cerrando los ojos.

—Apuesto a que le gustan rojas. A todas las mujeres les gustan rojas. Pero me parecían inadecuadas... Quiero decir..., debería ofrecerlas como regalo sólo un pretendiente... ¿Usted está de novia, señorita Bruno?

–No. —Mi voz era poco más que un soplo, con el tono cansado de quien nunca ha dado una respuesta diversa.

—Qué tonta. Es obvio que no lo está, si lo estuviese no estaría aquí, en este lugar apartado, lejos de su amado. Aquí, dudo que pueda encontrar a alguien...

ReabrГ­ los ojos.

—No estoy buscando un novio.

Su expresiГіn se tranquilizГі.

—Entonces no se decepcionará. Aquí es prácticamente imposible encontrar pareja, ya todos están acompañados. Se ennovian literalmente en pañales, o a más tardar en las carpetas de la guardería... Sabe cómo son las pequeñas comunidades rurales, cerradas a lo nuevo y diverso.

Y yo era lo diverso, irremediablemente diversa.

—Como le he dicho, no será un problema para mí —dije en tono firme.

—Sus cabellos son de un rojo espléndido, señorita Bruno. Envidiables, diría yo. Dignos de una escocesa, aunque usted no lo sea.

Me pasГ© distraГ­damente la mano entre los cabellos, esbozando una sonrisa forzada. No respondГ­, acostumbrada como estaba a ese tipo de comentarios.

Ella volviГі a cotorrear, y de nuevo me distraje, con la mente llena de recuerdos venenosos, unos mГЎs lentos en evaporarse, otros mГЎs reacios a descolorar, y otros mГЎs veloces en aflorar.

Para no dejarme traspasar una vez mГЎs por los dardos encendidos de la memoria, interrumpГ­ su relato de otra anГ©cdota.

—¿Cuál será mi horario de trabajo?



La mujer asintiГі en seГ±al de aprobaciГіn, descubriendo mi dedicaciГіn al trabajo.

—De las nueve de la mañana a las cinco de la tarde, señorita. Por supuesto que tendrá una pausa para el almuerzo. En ese sentido, le informo de que el señor Mc Laine prefiere consumir sus comidas en la habitación, en completa soledad. Me temo que no será de mucha compañía. —Esbozó una mueca de pesar, y su tono se hizo de excusa—. Es un hombre muy amargado. Usted sabe, por lo de la tragedia... Es como un león enjaulado, y créame... cuando ruge, dan ganas de dejarlo todo y marcharse... como han hecho otras tres secretarias antes que usted...

Sus ojos parecieron examinarme, agudos como lentes de aumento.

—Usted me parece dotada de mayor sensatez y sentido práctico... Espero que resista más tiempo, lo deseo de corazón...

—A pesar de mi apariencia débil y frágil, estoy dotada de una paciencia infinita, señora Mc Millian. Le aseguro que haré lo mejor de mi parte para estar a la altura —le prometí, con todo el optimismo que logré reunir.

La mujer me regalГі una amplia sonrisa, conquistada por la solemnidad de mi declaraciГіn. EsperГ© no haber vendido la piel del oso antes de cazarlo.

La mujer se dirigiГі hacia la puerta, aГєn sonriente.

—El señor Mc Laine la espera dentro de una hora en su estudio, señorita Bruno. No se deje amilanar. Párele el macho, es el único modo para no hacerse echar en la primera ocasión.

BatГ­ los pГЎrpados, abrumada por la agitaciГіn inicial.

—¿Le gusta poner en dificultades al personal?

Ella se puso seria.

—Es un hombre duro, pero justo. Digamos que no aprecia a las "gallinas", y hace de todo para comérselas en un bocado. El problema es que muchos milanos se transforman en gallinas ante su presencia...

Se despidiГі con una sonrisa y abandonГі la habitaciГіn, ignorando el ciclГіn que se anidaba en mi cabeza, generado por su discurso final.

VolvГ­ a la ventana. La brisa habГ­a desaparecido, sustituida por un inusual calor sofocante, caracterГ­stico mГЎs del continente que de aquel territorio. Con esfuerzo logrГ© poner mi mente en stand-by, liberГЎndola de los pensamientos nocivos. VolviГі a ser una pГЎgina en blanco, intacta, fresca, libre de toda preocupaciГіn. Pero tuve la certeza fulminante, conociГ©ndome como me conocГ­a, de que esa paz era relativa, efГ­mera como una huella sobre la arena, que pronto serГ­a borrada por la marea que se retrae. La acogida de la seГ±ora Mc Millian no debГ­a engaГ±arme. Ella era una simple trabajadora, ni mГЎs ni menos que la suscrita. Era bueno, pensГЎndolo bien, que estuviera de mi parte, y que me ofreciera una alianza cГіmplice con su espontaneidad; pero no debГ­a olvidar que mi empleador era otra persona. Mi estancia en esa casa, tan agradable y tan diversa de cualquier otro lugar que hubiera conocido antes, dependГ­a exclusivamente de Г©l, o mГЎs bien de la impresiГіn que yo le causara. Yo, sГіlo yo. SabГ­a demasiado poco de Г©l, para relajarme. Un hombre solo, condenado a una prisiГіn peor que la muerte, relegado a una vida a medias, un escritor solitario y de mal carГЎcter... SegГєn las veladas alusiones de mi guГ­a, se trataba de un hombre que disfrutaba poniendo en dificultad a las personas, quizГЎ le gustaba desahogar su sed de venganza en otros, no pudiendo desquitarse de su Гєnica enemiga: la suerte. Ciega, vendada, indiferente a los sufrimientos que inflige a diestra y siniestra, democrГЎtica en cierto sentido.

TomГ© un profundo respiro. Si mi estancia en esa casa estaba destinada a ser breve, mГЎs valГ­a no deshacer el equipaje. No me parecГ­a bien perder el tiempo. VaguГ© por la habitaciГіn, aГєn incrГ©dula. Me detuve ante el espejo colgado por encima de la cГіmoda y mirГ© tristemente mi rostro: mis cabellos eran rojos, ciertamente; lo sabГ­a sГіlo porque otros me lo decГ­an, yo no era capaz de establecer el color. VivГ­a una vida en blanco y negro, prisionera tambiГ©n yo como el seГ±or Mc Laine; no de una silla de ruedas, quizГЎs, pero incompleta tambiГ©n. PasГ© un dedo sobre un cepillo de plata, colocado sobre la cГіmoda junto a otros artГ­culos de tocador, un objeto exquisito, de valor, puesto a mi disposiciГіn con una generosidad inigualable.

Mis ojos se dirigieron de prisa al gran reloj de pared, y me recordaron, casi pérfidamente, la cita con el dueño de casa. No podía retrasarse. No en nuestro primer encuentro. Quizás el último, si no lograba... ¿Cómo había dicho la señora Mc Millian? Ah, ya. �Pararle el macho’. Una palabra para la princesa de las gallinas. Mi palabra favorita, la más frecuentemente utilizada, era "disculpa", declinada según las circunstancias en "disculpe" o "discúlpenme". Antes o después habría pedido disculpas por existir. Enderecé los hombros, en un arranque de orgullo. Vendería cara la piel. Me ganaría el derecho, el placer de estar en esa casa, en aquella habitación, en ese rincón del mundo.

En el rellano, mientras subГ­a las escaleras, mis hombros volvГ­an a curvarse, mi mente a gritar y mi corazГіn a galopar. Mi tranquilidad habГ­a durado... ВїcuГЎnto?, Вїun minuto? Casi un rГ©cord.




CapГ­tulo segundo




















Ya en el vestГ­bulo, fui consciente de mi inevitable ignorancia. ВїDГіnde estaba el estudio? ВїCГіmo podrГ­a encontrarlo si apenas habГ­a logrado llegar hasta allГ­? Antes de hundirme en el fango de la desesperaciГіn, la intervenciГіn providencial de la seГ±ora Mc Millian, con una sonrisa amplia en su rostro enjuto, me puso a salvo.

—Señorita Bruno, estaba viniendo precisamente a llamarla... —Echó una rápida ojeada al péndulo de la pared—. ¡Qué puntualidad! ¡Usted es realmente una perla rara! ¿Está segura de tener raíces italianas y no suizas?

Me reГ­ para mis adentros por la ocurrencia. SonreГ­a educadamente, adecuando mi paso al suyo, mientras subГ­amos las escaleras. Pasamos por la puerta de mi dormitorio, nos dirigГ­amos al parecer al fondo del pasillo, hacia una pesada puerta. Sin parar su sonoro cotorreo, tocГі ligeramente la puerta tres veces, y la entreabriГі. QuedГ© a su detrГЎs, las piernas me temblaban mientras ella asomaba la cabeza dentro de la habitaciГіn.

—Señor Mc Laine... ella es la señorita Bruno.

—Ya era hora. Está en retraso.

La voz sonГі ГЎspera, grosera. El ama de llaves estallГі en una risa estruendosa, acostumbrada al malhumor del dueГ±o de la casa.

—Sólo de un minuto, señor. No se olvide que es nueva en la casa. He sido yo, que le ha hecho retrasar, porque...

—Hágala pasar, Millicent.

La interrupciГіn fue brusca, casi un latigazo, y me sobresaltГ© en el lugar de la otra mujer que, imperturbable, se volteГі a mirarme fijamente.

—El señor Mc Laine la espera señorita Bruno. Por favor, entre.

La mujer retrocediГі, haciГ©ndome un gesto para entrar. Le dirigГ­ una Гєltima mirada preocupada. Ella, para animarme, me susurrГі.

—Suerte.

Y vaya, que tuvo el efecto contrario. Mi cerebro se redujo a una papilla licuada, carente de lГіgica o de conocimiento del tiempo y del espacio.

Me aventurГ© a dar un tГ­mido paso dentro de la habitaciГіn. Antes de ver nada oГ­ la voz de antes, que estaba despidiendo a alguien.



—Puede retirarse Kyle. Nos vemos mañana. Sea puntual por favor. No toleraré otras tardanzas.

Un hombre estaba de pie, a pocos pasos de mГ­, era alto y robusto. Me mirГі e hizo un gesto de saludo con la cabeza, dejando entrever un centelleo de mudo aprecio mientras pasaba por mi lado.

—Buenas tardes.

—Buenas tardes —le respondí, mirándolo más de lo debido para aplazar el momento en el que haría el ridículo, no respondería a las expectativas de la señora Mc Millian ni a mis locas esperanzas.

La puerta se cerrГі a mis espaldas, y me hizo recordar las buenas maneras.

—Buenas tardes señor Mc Laine. Me llamo Melisande Bruno, vengo de Londres y...

—Ahórrese el repertorio de sus competencias señorita Bruno. Modestas, por lo demás.

La voz ahora estaba cansada. Mis ojos se levantaron, por fin listos para encontrarse con los de mi interlocutor. Y cuando lo hicieron, agradecГ­ al cielo por haberlo saludado primero. Porque ahora tendrГ­a serias dificultades para recordar incluso mi nombre.

Estaba sentado al otro lado del escritorio, en su silla de ruedas, con una mano extendida hacia el borde, casi rozando la madera, y la otra que jugueteaba con una pluma estilogrГЎfica. Sus ojos oscuros, insondables, estaban fijos en los mГ­os. Una vez mГЎs, la enГ©sima, lamentГ© el no ser capaz de ver los colores. HabrГ­a dado con gusto un aГ±o de vida por distinguir el color de su rostro y sus cabellos. Pero esa alegrГ­a no me estaba permitida: caso cerrado. En un destello de lucidez pensГ© que era hermoso asГ­: el rostro de una palidez antinatural, los ojos negros sombreados por largas pestaГ±as, los cabellos negros, ondulados y espesos.

— ¿Es muda, por casualidad? ¿O sorda?

CaГ­ a tierra, precipitГЎndome desde alturas vertiginosas. Me pareciГі casi sentir el estruendo de mis miembros en el suelo. Un ruido fragoroso y siniestro, seguido de un crujido espantoso y devastador.

—Disculpe, estaba distraída —mascullé, ruborizándome al instante.

Г‰l me escudriГ±o con una atenciГіn que me pareciГі exagerada. ParecГ­a que memorizaba cada lГ­nea de mi rostro, deteniГ©ndose en mi garganta. EnrojecГ­ aГєn mГЎs. Por primera vez hubiera querido ardientemente que mi defecto de nacimiento fuera compartido con otro ser humano. HabrГ­a sido menos embarazoso si el seГ±or Mc Laine, con su aristocrГЎtica y triunfante belleza, no hubiese podido notar el sonrojo que afluГ­a violentamente en cada centГ­metro de piel que iba descubriendo. Me balanceГ© sobre mis pies, incГіmoda ante ese examen visual descaradamente directo. Г‰l continuГі con su anГЎlisis, pasando a mis cabellos.

—Debería teñirse los cabellos, o terminarán siendo confundidos con fuego. No quisiera que terminara bajo la avalancha de cien extintores.

Su expresiГіn inescrutable se animГі un poco, y una chispa de entretenimiento brillГі en sus ojos.

—No he elegido este color —dije, reuniendo toda la dignidad de la que era capaz—. Pero el Señor…

CurvГі una ceja.

— ¿Es religiosa, señorita Bruno?

— ¿Y usted, Señor?

PosГі la pluma sobre el escritorio, sin sacarme los ojos de encima.

—No existen pruebas de que Dios exista.

—Ni tampoco de que no exista —dije en tono desafiante, sorprendiendo antes que nada a mi misma, por la vehemencia con la que había hablado.

Sus labios se curvaron en una sonrisa irГіnica, luego seГ±alГі la silla acolchada.

—Siéntese. —Fue una orden, más que una invitación a sentarme. Sin embargo, obedecí al instante.

—No ha respondido a mi pregunta, señorita Bruno. ¿Usted es religiosa?

—Soy creyente, señor Mc Laine —le confirmé en baja voz—. Pero no soy muy practicante. Más bien, no lo soy en absoluto.

—Escocia es una de las pocas naciones anglosajonas que practica el catolicismo con un fervor y devoción innegables. —Su ironía era inequivocable—. Yo soy la excepción que confirma la regla... ¿No se dice así? Digamos que creo sólo en mí mismo, y en lo que puedo tocar.

Se apoyГі blandamente en el respaldo de la silla de ruedas, tamborileando con la punta de los dedos en los reposabrazos. Sin embargo, no pensГ©, ni siquiera por un milГ©simo de segundo, que fuera vulnerable o frГЎgil. Su expresiГіn era la de alguien que ha escapado de las llamas, y que no tiene miedo de volver a arrojarse en ellas, si lo considera necesario o, simplemente, si tiene ganas. AlejГ© con dificultad mis ojos de su rostro. Era reluciente, casi perlado, de un blanco brillante y lГєcido, distinto de los rostros habituales que me rodeaban. Era agotador mirarlo, y tambiГ©n escuchar su voz hipnГіtica. Una serpiente encantadora, y a cualquier mujer le hubiera encantado caer bajo el sortilegio, bajo el secreto hechizo que emanaba de Г©l, de aquel rostro perfecto, de esa mirada irГіnica.

—Entonces, usted es mi nueva Secretaria, señorita Bruno.

—Si está de acuerdo en confirmar mi contratación, señor Mc Laine —precisé, levantando la mirada.

Г‰l sonriГі, ambiguo.

—¿Por qué no debiera contratarla? ¿Porque no va todos los domingos a la iglesia? Me juzga muy superficial si piensa que soy capaz ahora de echarla o... de mantenerla aquí sobre la base de un cruce de palabras. No la conozco lo suficiente como para emitir un juicio tan poco halagüeño respecto a usted —asintió sonriendo—. Soy consciente, sin embargo, de que una fructífera relación de trabajo nace también de una inmediata simpatía, de una primera impresión favorable.

Su humor fue tan inesperado que me hizo sobresaltar. De la misma forma repentina como naciГі, se apagГі. Me mirГі frГ­amente.

—¿Cree realmente que sea fácil encontrar empleadas dispuestas a transferirse a esta aldea olvidada de Dios y del mundo, lejos de cualquier oportunidad de entretenimiento, de cualquier centro comercial o discoteca? Usted ha sido la única que ha respondido el anuncio, señorita Bruno.

El entretenimiento estaba al acecho, detrГЎs del hielo de sus ojos. Una placa de hielo negro se rompiГі con una grieta fina de humor que me calentГі el alma.

—Entonces no tendré que preocuparme por la competencia —dije, entrecruzando nerviosamente las manos en mi vientre.

Г‰l me estudiГі aГєn mГЎs, con la misma irritante curiosidad con la que se mira un animal raro.

TraguГ© saliva, haciendo gala de una desenvoltura ficticia y peligrosamente precaria. Por un instante, el tiempo justo para concebir una idea, me dije que debГ­a escapar de aquella casa, de esa habitaciГіn rebosante de libros, de aquel hombre inquietante y hermoso. Me sentГ­a como un gatito inerme, a pocos centГ­metros de las fauces de un leГіn. Predador cruel, presa impotente. Luego la sensaciГіn se desvaneciГі, y me di cuenta de lo tonta que era. Delante de mГ­ estaba un hombre de personalidad desbordante, arrogante y prepotente, pero prisionero desde hace mucho tiempo de una silla de ruedas. Yo era la presa de turno, una chica tГ­mida, temerosa y reacia a los cambios. ВїPor quГ© no dejarle a sus anchas? Si le divertГ­a tomarme el pelo, por quГ© negarle la Гєnica oportunidad de entretenimiento, ocio, que tenГ­a? Era casi noble de mi parte, en cierto sentido.

—¿Qué piensa de mí, señorita Bruno?

Una vez mГЎs le obliguГ© a repetir la pregunta, y una vez mГЎs le tomГ© de sorpresa.



—No pensé que fuera tan joven.

Se puso tenso al instante, y yo enmudecГ­, temerosa de haberle en cierto modo herido. Г‰l se recompuso, y me helГі con otra de sus sonrisas de infarto.

—¿De verdad?

Me agitГ© en la silla, temerosa, indecisa, no sabГ­a cГіmo continuar. Luego me decidГ­, hice acopio de todo mi coraje, y animada por su mirada enlazada con la mГ­a en una danza muda pero no por ello menos emocionante, volvГ­ a hablar.

—Bueno... ha escrito su primer libro a los veinticinco, hace quince años, según tengo entendido. Sin embargo, parece sólo un poco mayor que yo. —Lo sopesé, casi distraídamente.

—¿Cuántos años tiene, señorita Bruno?

—Veintidós, señor —respondí, enmarañada nuevamente en la profundidad de sus ojos.

—Soy realmente viejo para ti, señorita Bruno —dijo con una risilla. Luego bajó la mirada, y la fría noche de invierno volvió a envolverlo entre sus espiras, más cruel que una serpiente. Toda huella de calor desapareció—. De todas maneras puede estar tranquila. No deberá temer por ningún acoso sexual mientras duerma en su cama. Como ve, estoy condenado a la parálisis.

CallГ© porque no sabГ­a quГ© responder. Su tono era amargado y privo de esperanza, bajo un rostro esculpido en piedra.

Sus ojos sondearon los mГ­os, en busca de algo que parecГ­a no encontrar. Se concediГі una pequeГ±a sonrisa.

—Al menos no hay piedad en usted. Eso me alegra. No la quiero, no la necesito. Soy más feliz que tantos otros, señorita Bruno, porque soy libre, totalmente, en el modo más absoluto. —Frunció las cejas—. ¿Qué hace aquí todavía? Puede irse.

La forma seca de decirme adiГіs, me desconcertГі. Me levantГ© incierta, y Г©l aprovechГі para desahogar conmigo su enojo.

—¿Todavía aquí? ¿Qué quiere? Ah, ¿su salario? ¿O quiere hablar de su día libre? —me recriminó encolerizado.

—No, señor Mc Laine.

Torpemente, me dirigГ­ a la puerta. Ya tenГ­a la mano sobre la aldaba cuando me detuvo.

—A las nueve de la mañana, señorita Bruno. Estoy escribiendo un nuevo libro, el título es "Muertos sin sepultura". ¿Lo encuentra espeluznante? —Su sonrisa se hizo más amplia.

El brusco cambio de humor era probablemente un rasgo dominante de su carГЎcter. TenГ­a que esforzarme para tenerlo presente en lo sucesivo, o corrГ­a el riesgo de tener una crisis de histeria por lo menos veinte veces al dГ­a.



—Parece interesante, señor —contesté con cautela.

EchГі la cabeza hacia atrГЎs, y estallГі en una copiosa risa.

—¡Interesante! Apuesto a que nunca ha leído uno de mis libros, señorita Bruno. Me parece de estómago delicado, usted... No dormiría toda la noche, atormentada por pesadillas...

Rio de nuevo, saltando del tГє al usted con la misma rapidez con la cual cambiaba de humor.

—No soy tan sensible como parece, señor —respondí compungida, desencadenando otra ola de risas.

Con sus manos maniobrГі la silla de ruedas, con una habilidad felina y admirable, fruto de aГ±os y aГ±os de prГЎctica, y con una velocidad extraordinaria se vino hacia mi lado. Tan cerca que inutilizГі cualquier intento mГ­o de concebir un pensamiento racional. Instintivamente, di un paso atrГЎs. Г‰l fingiГі no notar mi desplazamiento, y seГ±alГі la librerГ­a que estaba a mi derecha.

—Coge el cuarto libro de la izquierda, tercer estante.

Obediente, aferrГ© el libro que me indicaba. El tГ­tulo me era familiar porque habГ­a hecho una investigaciГіn sobre Г©l en Internet antes de venir, pero a decir verdad nunca habГ­a leГ­do nada suyo. El gГ©nero de terror no era lo mГ­o, mucho mГЎs apto para paladares fuertes, y no para el mГ­o, delicado y romГЎntico.

—«Zombi en camino» —leí en voz alta.

—Es el más adecuado para empezar. Es el menos... ¿cómo decirlo? Menos aterrador.

Rio de gusto, obviamente de mГ­ y del malestar indefectiblemente poco disimulado que se traslucГ­a a travГ©s de cada poro de mi piel.

—¿Por qué no lo comienzas esta noche? Perfecto para prepararte para tu nuevo trabajo —sugirió él, con los ojos sonrientes.

—Ok, lo haré —contesté con escaso entusiasmo.

—Hasta mañana, señorita Bruno —se despidió, con un aire nuevamente grave—. Enciérrate en la habitación, no quiero que los espíritus del Palacio te visiten esta noche, o alguna otra temible criatura nocturna. Sabes cómo es... —Hizo una pausa, un destello de hilaridad titiló en la oscuridad de sus ojos—. Como te he dicho antes, es difícil encontrar empleadas por estos lares.

EnsayГ© una sonrisa, poco convincente despuГ©s de todo.

—Buenas noches, señor Mc Laine.

Antes de cerrar la puerta, una frase en tono de broma saliГі de mis labios, sin que pudiera evitarlo.

—No creo en los espíritus ni en las criaturas nocturnas.

—¿Segura?

—No hay pruebas de su existencia, señor —le respondí, parodiándolo, involuntariamente.

—Ni siquiera del hecho de que no existan —argumentó él. Giró la silla de ruedas, y regresó detrás del escritorio.

CerrГ© suavemente la puerta, tenГ­a el corazГіn en la garganta. QuizГЎ tenГ­a razГіn Г©l, y los zombis existen. Porque en ese momento me sentГ­a una de ellos. Trastornada, con los cables cruzados, suspendida en el limbo en el que ya no sabГ­a distinguir entre lo real e irreal. Peor que no saber distinguir los colores.

CenГ© desganadamente en compaГ±Г­a de la seГ±ora Mc Millian, con la cabeza en otra parte, con otra compaГ±Г­a. Me temГ­a que la recuperarГ­a sГіlo el dГ­a siguiente, de regreso de ver a aquel a quien la habГ­a encomendado. Algo me decГ­a que no era en "buenas manos" que mi confiado corazГіn la habГ­a dejado.

De la conversaciГіn de aquella tarde con el ama de llaves recuerdo muy poco. HablГі ella sola, incesantemente. ParecГ­a al sГ©ptimo cielo por tener finalmente alguien con quien hablar. O mГЎs bien, alguien que la escuchara. Yo era perfecta en ese sentido. Demasiado educada para interrumpirla, demasiado respetuosa para revelar mi desinterГ©s, demasiado ocupada pensando en otra cosa como para advertir la necesidad de permanecer sola. Total, sea como sea, estarГ­a pensado en Г©l.

En mi habitaciГіn, una hora mГЎs tarde, sentada cГіmodamente en la cama, con la cabeza apoyada en los almohadones, abrГ­ el libro, y me sumergГ­ en la lectura. En la segunda pГЎgina estaba ya aterrorizada, y de manera reprobable, pues se trataba simplemente de un libro. A pesar de que, teГіricamente, era bien dotada de sentido comГєn, la atmГіsfera en la habitaciГіn se hizo asfixiante, y urgente el deseo de una bocanada de aire.

A pies descalzos atravesГ© la habitaciГіn en penumbra y abrГ­ de par en par la ventana. Me sentГ© en el alfГ©izar, y me sumergГ­ en aquella tibia noche de comienzos de verano, donde el silencio era roto Гєnicamente por el chirrido de los grillos y el reclamo de una lechuza. Era hermoso estar allГ­, lejos aГ±os luz de la vorГЎgine de Londres, de sus ritmos apremiantes, siempre al borde de la histeria. La noche era un manto negro, con apenas el blancor de algunas estrellas aquГ­ y allГЎ. Me gustaba la noche, y pensГ© ociosamente que me hubiera gustado ser una criatura nocturna. La oscuridad era mi aliada. Sin luz todo es negro, y mi incapacidad genГ©tica de distinguir los colores disminuГ­a, perdГ­a importancia. De noche, mis ojos eran idГ©nticos a los de cualquier persona. Por algunas horas no me sentГ­a diferente. Un alivio momentГЎneo, por cierto, pero refrescante como el agua sobre la piel caliente.

La maГ±ana siguiente me despertГі el sonido del despertador, y me quedГ© unos minutos en la cama, atontada. Luego del aturdimiento inicial, recordГ© lo ocurrido el dГ­a anterior, y reconocГ­ la habitaciГіn.

Una vez vestida, descendГ­ las escaleras, casi atemorizada por el silencio profundo en torno a mГ­. Al ver a Millicent Mc Millian, alegre y parlanchina como siempre, la niebla desapareciГі de mi mente turbulenta y regresГі a ella la serenidad.

—¿Ha dormido bien, señorita Bruno? —comenzó a modo de saludo.

—Nunca mejor —respondí, sorprendida yo misma de aquella novedad. Hacía años que no me abandonaba tan serenamente al sueño, dejando en un rincón los pensamientos negativos, al menos por unas horas.

—¿Se sirve un café o un té?

—Té, por favor —le agradecí, sentándome en la mesa de la cocina.

—Vaya al salón, le llevo para allá.

—Preferiría tomar desayuno con usted —dije, ahogando un bostezo.

La mujer pareció complacida y comenzó a trajinar alrededor de los hornillos. Retomó el habitual parloteo, y yo me sentí libre de pensar en Monique. «¿Qué estará haciendo a esta hora?» «¿Ya habrá preparado el desayuno?» Los pensamiento en mi hermana me hicieron cargar de nuevo el fardo en mi débil espalda, y acogí con alegría la llegada de la taza de té.

—Gracias, señora Mc Millian. —Paladeé con placer el líquido caliente y agradablemente perfumado, mientras que el ama de llaves ponía sobre la mesa el pan tostado y una serie de escudillas llenas de diversas confituras provocativas.

—Coja la de frambuesas. Es fabulosa.

AlarguГ© la mano hacia el plato, con el corazГіn al borde del colapso. Mi diversidad volviГі a inundarme de cieno oscuro y maloliente. ВїPor quГ© yo? Y en todo el mundo, ВїhabrГЎ otros como yo? ВїO yo era una anomalГ­a aislada, una aberrante broma de la naturaleza?

AferrГ© una escudilla al azar, rogando que la seГ±ora estuviera demasiado concentrada en hablar y no advirtiera mi probable error. Las confituras eran cinco, tenГ­a entonces una posibilidad de cinco, dos de diez, veinte de cien de pillar la correcta en el primer intento.

Ella se apresurГі a corregirme, menos distraГ­da de lo que pensaba.

—No, señorita. Esa es de naranja. —Sonrió, sin darse cuenta en lo más mínimo de la agitación que se agigantaba dentro de mí, y de mi frente cubierta de sudor. Me pasó una escudilla—. Aquí la tiene, es fácil de confundirla con la de fresas.

No se percatГі de mi sonrisa forzada, y retomГі el relato de sus aventuras amorosas con un joven florentino que terminГі plantГЎndola por una sudamericana.

ComГ­ con desgano, aГєn tensa por el incidente de hacГ­a poco, y bastante arrepentida por no haber aceptado la propuesta de comer sola. De haber sido asГ­, no habrГ­a habido problemas. Evitar las situaciones potencialmente crГ­ticas, era mi mantra para toda mi vida. No debГ­a dejar que la atmГіsfera encantadora de aquella casa me impulsara a actos precipitados, olvidando la prudencia necesaria. La seГ±ora Mc Millian parecГ­a una mujer muy capaz, inteligente y afectuosa, sin embargo, era exageradamente charlatana. No podГ­a contar con su discreciГіn. En la pequeГ±a pausa que hizo para beber su tГ©, aprovechГ© para hacerle una que otra pregunta.

—¿Trabaja desde hace muchos años con el señor Mc Laine?

Se le iluminГі el rostro, feliz de poder dar rienda a nuevas anГ©cdotas.

—Estoy aquí desde hace quince años. Llegué pocos meses después del accidente ocurrido al señor Mc Laine. Aquél en que... Bueno, usted ya sabe... Todos los domésticos anteriores fueron despedidos. Parece que el señor Mc Laine era un hombre muy risueño, lleno de ganas de vivir, siempre alegre. Ahora, lamentablemente, las cosas han cambiado.

—¿Cómo ocurrió? Me refiero... al accidente. Es decir... perdone mi curiosidad, es imperdonable. —Me mordí un labio, temerosa de ser malinterpretada. Ella sacudió la cabeza.

—Es normal plantearse preguntas, forman parte de la naturaleza humana. Exactamente no sé qué sucedió. En el pueblo me han dicho que el señor Mc Laine debía casarse precisamente el día siguiente del accidente de coche, y obviamente ya no se hizo nada. Algunos dicen que estaba borracho, pero son voces carentes de fundamento, en mi opinión. Lo que se sabe de cierto es que terminó fuera de la carretera para evitar a un niño.

Mi curiosidad se reavivГі, alimentada por sus palabras.

—¿Niño? —Había leído en Internet que el accidente se produjo de noche. Ella se encogió de hombros.

—Sí, al parecer se trataba del hijo del abacero. Había escapado de casa porque se le había metido en la cabeza unirse a la compañía circense que estaba de gira por la zona.

HurguГ© en esa noticia. Eso explicaba los bruscos cambios de humor del seГ±or Mc Laine, su perenne descontento, su infelicidad. ВїCГіmo no entenderlo? Su mundo se habГ­a desmoronado, hecho trizas, por efecto de un destino desafortunado. Un hombre joven, rico, bello, escritor de Г©xito, a punto de coronar su sueГ±o de amor... Y en el lapso de pocos segundos perdiГі gran parte de lo que tenГ­a. Yo nunca habrГ­a podido experimentar una desgracia similar, sГіlo podГ­a imaginarla. No se puede perder lo que no se tiene. Mi Гєnica compaГ±era de toda la vida era la nada.

Una rГЎpida ojeada al reloj de pulsera me confirmГі que ya era hora de partir. Mi primer dГ­a de trabajo. Mi corazГіn se acelerГі, y en un destello de lucidez me preguntГ© de quiГ©n Г©l dependГ­a, si del nuevo trabajo o del misterioso dueГ±o de aquella casa.

SubГ­ las escaleras de dos en dos, con el temor irracional de llegar tarde. En el pasillo me crucГ© con Kyle, el enfermero В«ManitasВ».

—Buenos días. —Desaceleré el paso, avergonzándome de mi prisa. Debí haberle parecido una persona insegura, o lo que es peor una exaltada.

—Buenos días. Señorita Bruno, ¿verdad? ¿Puedo tutearle? En el fondo estamos en el mismo barco, a merced de un fatuo lunático. —La gruesa y brutal rudeza de sus palabras me dejó pasmada—. Lo sé, soy irrespetuoso con mi empleador, etcétera, etcétera. Pronto aprenderá a darme la razón. ¿Cómo te llamas?

—Melisande.

EsbozГі una inclinaciГіn torpe.

—Encantado de conocerte, Melisande de los cabellos rojos. Tu nombre es realmente extraño, no es escocés... Aunque tú pareces más escocesa que yo.

SonreГ­ de pura cortesГ­a, e intentГ© esquivarlo, aГєn angustiada por llegar tarde. Pero Г©l me cerraba el paso, parado de piernas abiertas en el rellano. Fue la intervenciГіn a tiempo de una tercera persona que desenredГі la madeja.

—¡Señorita Bruno! ¡No soporto las tardanzas!

El grito provenГ­a indudablemente de mi nuevo empleador, y me hizo poner los pelos de punta. Kyle se hizo a un lado inmediatamente, para permitirme pasar.

—Suerte, Melisande de los cabellos rojos. La necesitarás.

Le lancГ© una mirada feroz, y corrГ­ hacia la puerta del fondo del pasillo. Estaba entreabierta, y un anillo de humo salГ­a de ella. SebastiГЎn Mc Laine estaba sentado detrГЎs del escritorio, como el dГ­a anterior, sujetaba un cigarro entre los dedos, su rostro era inflexible.

—Cierre la puerta, por favor. Y luego venga a sentarse. Ya hemos perdido bastante tiempo, mientras usted fraternizaba con el resto del personal.

Su tono era ГЎspero, insultante. Un sentido de rebeliГіn me impulsГі a responder: un cordero temerario frente a un cuchillo de carnicero.

—Solo era una simple cortesía. ¿O quizá preferiría una secretaria maleducada? Si es así, puedo incluso largarme, enseguida.

Mi respuesta impulsiva le tomГі de sorpresa. Su rostro se encendiГі de asombro, lo mismo que probablemente reflejaba yo. No habГ­a sido nunca tan audaz.

—Y yo que ya la había etiquetado como un perro sin dientes... Me había apresurado demasiado... precipitado, realmente.

Me sentГ© frente a Г©l, con las piernas que se me quebraban, arrepentida por mi irreflexiva franqueza, y aterrorizada por las potenciales y explosivas consecuencias. Mi empleador no parecГ­a ofendido, todo lo contrario, sonreГ­a.

—¿Cuál es su nombre de bautismo, señorita Bruno?

—Melisande —respondí automáticamente.

—Por Debussy, supongo. ¿Sus padres eran amantes de la música?, ¿concertistas, quizás?

—Mi Padre era minero —confesé con renuencia.

—Melisande... Un nombre rimbombante para la hija de un minero —observó, con voz vibrante, de risa retenida.

Se estaba burlando de mГ­, y a pesar de mis propГіsitos del dГ­a anterior, no estaba segura de querer dejarle a sus anchas. O eso se convertirГ­a en su actividad favorita. EnderecГ© los hombros, tratando de recuperar la compostura perdida.

—Y Sebastián, ¿por qué? Por San Sebastián, ¿quizás? Realmente incongruente como opción.

Г‰l cogiГі el golpe, frunciendo la nariz por un instante infinitesimal.

—Envaina las garras, Melisande Bruno. No estoy en guerra contigo. Si lo estuviera, tú no tendrías esperanzas de ganar. Nunca. Ni siquiera en tus sueños más atrevidos.

—No sueño nunca, señor —respondí, lo más digna posible.

Г‰l pareciГі impresionado por mi respuesta de sangrienta sinceridad.

—Eres afortunada entonces. Los sueños son siempre una engañifa. Si son pesadillas, perturban tu sueño; si son sueños bonitos, el despertar será doblemente amargo. Es mejor no soñar, a fin de cuentas. —Sus ojos no se separaron de los míos, esos ojos hechiceros—. Eres un personaje interesante Melisande. Un clavo en el zapato, pero divertida

—añadió en tono burlón.

—Me alegro entonces de tener los requisitos necesarios para este trabajo —comenté irónicamente.

Me hice daГ±o en el labio inferior con los dientes, abatida de nuevo por el arrepentimiento. ВїQuГ© me estaba sucediendo? Nunca habГ­a reaccionado con esa deplorable impulsividad. DebГ­a cortar con eso antes de perder totalmente el control.

Ahora sonreГ­a de oreja a oreja, divertido mГЎs de lo que las palabras puedan expresar.

—Los tienes realmente. Estoy seguro de que nos llevaremos bien. Una secretaria que no sabe soñar, como su jefe. Hay una afinidad electiva entre nosotros, Melisande. De almas, en un cierto sentido. Si no fuera porque uno de nosotros tiene más de una, y desde hace ya mucho tiempo... —Antes de que pudiera encontrar sentido a sus palabras oscuras, se puso serio; tenía los ojos nuevamente impasibles, la expresión inescrutable, ausente, sin vida—. Debes enviar el fax de los primeros capítulos del libro a mi editor. ¿Sabes cómo hacerlo?

AsentГ­, y una punzada me hizo darme cuenta de que extraГ±aba nuestro duelo verbal. Hubiera querido que fuera infinito. HabГ­a sacado de ese intercambio, cual manantial milagroso, una energГ­a sin precedentes para mГ­, que me colmГі de una vitalidad impresionante.

Las dos horas siguientes volaron. EnviГ© varios faxes, abrГ­ el correo, escribГ­ las cartas de rechazo a diversas invitaciones y puse en orden el escritorio. Г‰l, en silencio, escribГ­a en la computadora, tenГ­a el ceГ±o fruncido, los labios apretados, sus manos blancas y elegantes volaban en el teclado. Cerca de la hora de almuerzo, con un gesto de la mano llamГі mi atenciГіn.

—Puedes hacer una pausa, Melisande. Quizá comer algo, o dar un paseo.

—Gracias Señor.

—¿Has empezado a leer mi libro?, el que te he dado.

Su rostro todavГ­a estaba ausente, sereno, pero captГ© un relГЎmpago de buen humor en aquellos ojos negros.

—Tenía usted razón, señor. No es exactamente mi género —le confesé con total sinceridad.

Sus labios se curvaron ligeramente, en una sonrisa oblicua, capaz de penetrar la coraza de mis defensas. Coraza que creГ­a mГЎs fuerte que el acero.

—No lo dudaba. Apuesto a que tú eres más un tipo Romeo y Julieta.

No habГ­a ironГ­a en su voz, se limitaba a hacer una constataciГіn.

—No, señor. —Replicarle me vino de forma natural, como si nos conociéramos de siempre, y pudiera ser yo misma, plenamente, sin subterfugios o máscaras—. Yo amo sólo las historias de final feliz. La vida es ya demasiado amarga como para aumentar la dosis con un libro. Si no me ha sido concedido el poder soñar de noche, quiero hacerlo al menos de día. Si no me ha sido concedido el poder soñar en la vida, quiero hacerlo al menos con un libro.

SopesГі cuidadosamente mis palabras, y tan largamente que pensГ© que no me darГ­a una respuesta. Cuando me iba a despedir me retuvo.

—¿La señora Mc Millian te ha explicado el nombre de esta casa?

—Probablemente lo habrá hecho —admití con una sonrisa a medias—. Me temo haberle prestado oídos a medias.

—Felicitaciones, yo me pierdo después de la décima palabra —dijo sin ironía—. Nunca he tenido espíritu de sacrificio, soy un egoísta hecho y derecho.

—A veces hay que serlo —dije sin pensar—, o te demolerán las expectativas de los demás. Y acabarás viviendo una vida que no es la tuya, sino la que otros han decidido para ti.

—Muy sabia, Melisande Bruno. Has hallado, a sólo veintidós años, la clave de la serenidad de espíritu. No es para todos.

—¿Serenidad? —repetí, amargada—. No, la sabiduría de entender una cosa no implica necesariamente aceptarla. La sabiduría nace en la cabeza, el corazón sigue sus propios recorridos, independientes y peligrosos. Y tiende a hacer desviaciones fatales.

Г‰l desplazГі la silla de ruedas, acercГЎndose a la parte del escritorio donde estaba yo, con sus ojos penetrantes.

—¿Entonces? ¿Está curiosa por saber la razón del nombre Midnight Rose? ¿O no?

—Rosa de medianoche —traduje, luchando con la emoción de tenerlo tan cerca. Huía desde hace tiempo de la compañía masculina, desde el día de mi primera y única cita. Tan desastrosa como para marcarme por siempre.

—Exacto. En esta zona existe una leyenda antigua, de siglos, quizás milenios, según la cual si se asiste al despuntar de una rosa a la medianoche, nuestro más grande y secreto deseo será escuchado por arte de magia. Aun si es un deseo oscuro y maldito.

ApretГ© las manos en un puГ±o, casi retГЎndome con la mirada.

—Si un deseo tiene como finalidad hacernos felices, nunca es oscuro y maldito —dije con calma.

Г‰l me mirГі con atenciГіn, como si no creyera a sus oГ­dos. DejГі escapar una risa casi demonГ­aca. Un terror serpenteГі a lo largo de mi espalda.

—Muy sabia, Melisande Bruno. Te lo concedo. Palabras escandalosas para una chica que no aplastaría un mosquito sin ponerse a llorar.

—Una mosca quizás, pero con un mosquito no tendría problemas —respondí lapidaria.

De nuevo se puso atento, y en aquellos ojos oscuros una llama lejana era incapaz de entibiar el hielo.

—Cuánta información valiosa sobre ti, señorita Bruno. He descubierto en pocas horas que eres hija de un ex minero apasionado de Debussy, que no puedes soñar y que odias los mosquitos. Cómo así, me pregunto. ¿Qué te han hecho esas pobres criaturas? —La burla era evidente en su voz.

—¿Pobres?, de ninguna manera —repliqué con prontitud–. Son parásitos, se alimentan de sangre ajena. Son insectos inútiles, a diferencia de las abejas, y ni siquiera tan simpáticas como las moscas.

Se batiГі una mano sobre la cadera, estallando en risas.

—¿Simpáticas las moscas? Eres extrañísima Melisande, y muy, demasiado, divertida.

MГЎs caprichoso que el tiempo de marzo, su humor cambiГі bruscamente. Su risa se apagГі en un dos por tres, y volviГі a mirarme fijamente.

—Los mosquitos chupan sangre porque no tienen otra opción, querida mía. Es su única fuente de sustento, ¿puedes censurárselo? Tienen gustos refinados, a diferencia de las tan ensalzadas moscas, acostumbradas a chapotear entre los desperdicios humanos. —Miré el escritorio lleno de hojas, incómoda bajo sus ojos gélidos—. ¿Qué harías en el lugar de un mosquito, Melisande? ¿Renunciarías a nutrirte? ¿Morirías de hambre para no ser etiquetada como parásito?

Su tono era apremiante, como si requiriese una respuesta. Lo satisfice.

—Probablemente no. Pero no estoy segura. Tendría que estar en el lugar de un mosquito, para tener la certeza. Me gusta creer que podría encontrar una alternativa. —Mantuve la mirada cautelosamente apartada de él.

—No siempre hay alternativas, Melisande. —Por un instante su voz tembló, bajo la carga de un sufrimiento del que no tenía ni idea, con el que tenía que negociar cada día, por quince largos años—. Nos vemos a las dos, señorita Bruno. Sea puntual.

Cuando me gire hacia Г©l, ya habГ­a dado vueltas a la silla de ruedas, escondiГ©ndome su rostro. La conciencia de haber cometido una metedura de pata me machacГі el corazГіn cual prensa, pero no podГ­a remediarlo de ninguna manera. En silencio dejГ© la habitaciГіn.




CapГ­tulo Tercero




















A las dos, puntual, me presentГ© en la oficina. Kyle estaba saliendo con un plato todavГ­a intacto entre las manos, con el aire de quien quiere mandar al diablo todo y a todos y trasladarse a otra parte del mundo.

—Está de pésimo humor, y no quiere comer nada —balbuceó.

El pensamiento de haber sido yo la causante involuntaria de su estado de ГЎnimo hiriГі en lo profundo mi ser, cada fibra, cada cГ©lula. Nunca he hecho mal a nadie, siempre caminando casi en punta de pies para no molestar, atenta a cada palabra para no herir.

CrucГ© el umbral, con una mano apoyada en la hoja de la puerta dejada abierta por Kyle. Cuando entrГ©, sus ojos se alzaron.

—Ah, es usted. Entre, señorita Bruno. Dese prisa, por favor.

No perdГ­ tiempo en obedecer. Hizo deslizar sobre el escritorio varias hojas cubiertas por una fina caligrafГ­a masculina.

—Envíe estas cartas. Una al director de mi banco, y la otra a las direcciones indicadas en el pie de página.

—Inmediatamente, señor Mc Laine —contesté con deferencia.

Cuando levantГ© la mirada y vi su rostro, notГ© con alegrГ­a que le habГ­a vuelto la sonrisa.

—Qué formales estamos, señorita Bruno. No hay prisa. No son cartas tan importantes. No es cuestión de vida o muerte. Soy un muerto viviente desde hace ya muchos años.

A pesar de la crudeza de su declaraciГіn parecГ­a que le habГ­a regresado el buen humor. Su sonrisa era contagiosa y calentГі mi alma alborotada. Por suerte no le duraba mucho el malhumor, pero sus cГіleras eran inquietantes y violentas.

—¿Sabe conducir, Melisande? Debo enviarla a traer algunos libros de la biblioteca local. Sabe..., investigaciones. —Su sonrisa fue sustituida por una mueca de burla—. Naturalmente no puedo ir yo —añadió, a manera de explicación.

IncГіmoda, apretГ© mГЎs las hojas entre las manos, corriendo el riesgo de arrugarlas.

—No tengo el permiso, señor —me disculpé.

La sorpresa alterГі sus bellГ­simos rasgos.

—Pensaba que la juventud de hoy tuviera prisa de crecer exclusivamente para obtener el derecho a conducir. Incluso, lo hacen antes, a escondidas.

—Soy diferente, señor —dije lacónica. Y lo era realmente. Casi alienígena en mi diversidad.

Me escudriГ±Гі con esos ojos negros, mГЎs penetrantes que un radar. Sostuve su mirada, inventando en ese momento una excusa plausible.

—Tengo miedo de conducir, y con un semejante antecedente, acabaría solo por ocasionar desastres —expliqué de prisa, alisando las hojas que yo misma había arrugado.

—Después de tanta sinceridad por su parte, siento el olor a mentira —dijo casi cantando.

—Es la verdad. Podría realmente... —Perdí la voz por un largo instante, luego continué—. Podría realmente matar a alguien.

—La muerte es el mal menor —susurró. Bajó los ojos sobre sus piernas, y contrajo la quijada.

Me maldije mentalmente, de nuevo. Era realmente una creadora de problemas, incluso sin un volante entre las manos. Un peligro pГєblico, imperdonablemente insensible, hГЎbil sГіlo para meter la pata.

—¿Quizá lo he ofendido, señor Mc Laine?

La ansiedad se dejГі entrever en mi pregunta, y lo despertГі de su sopor.

—Melisande Bruno, una joven mujer, venida quién sabe de dónde, excéntrica y divertida como un cartón animado... ¿Cómo puede esta chica ofender al gran escritor de terror, al satánico y perverso Sebastián Mc Laine? —Su voz era calma, en contraste con la dureza de sus frases.

Me torcГ­ las manos, nerviosa como en el primer encuentro.

–Tiene razón, señor. No soy nadie. Y....

Sus ojos se afilaron, amenazantes.

—En efecto. Usted no es nadie. Usted es Melisande Bruno. Por tanto, es alguien. No permita nunca a nadie humillarla, ni siquiera a mí.

—Debo aprender a estar callada. Antes de venir a esta casa lo podía perfectamente —murmuré afligida, con la cabeza inclinada.

—¿Midnight Rose tiene el poder de sacar fuera lo peor de usted, Melisande Bruno? ¿O es quien habla el que posee esa increíble habilidad? —Me dirigió una sonrisa benévola, con la magnanimidad de un soberano.

AceptГ© feliz la tГЎcita oferta de paz, y volvГ­ a encontrarme con su sonrisa.

—Creo que depende de usted, señor —le revelé en voz baja, como si confesara un pecado capital.

—Ya sabía que era un demonio —dijo solemne—, pero hasta este punto... Me deja sin palabras...





—Si quiere le paso el diccionario —dije riendo.

La atmГіsfera se habГ­a aligerado, y tambiГ©n mi corazГіn.

—Creo que el verdadero diablillo es usted, Melisande Bruno —siguió molestándome—. Es Satanás en persona quien la ha enviado, para turbar mi tranquilidad.

—¿Tranquilidad? ¿Está seguro de no confundirla con el aburrimiento? —bromeé.

—Si lo era, con usted aquí, no lo voy a volver a sentir nunca más, de eso estoy seguro. Quizás, a este paso, terminaré por extrañarla —dijo con énfasis.

EstГЎbamos riendo ambos, en la misma longitud de onda, cuando alguien llamГі a la puerta. Tres veces.

—La señora Mc Millian —se adelantó él, sin desviar su mirada de mi rostro.

Yo lo hice, a regaГ±adientes, para recibir al ama de llaves.

—Ha llegado el doctor Mc Intosh, señor —dijo la buena mujer, con una punta de ansiedad en la voz.

El escritor se puso serio al instante.

—¿Ya es martes?

—Así es, señor. ¿Desea que lo haga pasar a su habitación? —preguntó, ella, gentilmente.

—Está bien. Llama a Kyle —ordenó él, con el tono seco como un quintal de pólvora.

Se dirigiГі a mГ­, aГєn mГЎs seco.

—Nos vemos más tarde, señorita Bruno.

SeguГ­ al ama de llaves por las escaleras. Ella respondiГі a mi pregunta inexpresivamente.

—El Doctor Mc Intosh es el médico local. Todos los martes viene a revisar al señor Mc Laine. Aparte de la parálisis, es sano como un roble, pero es una costumbre, y también una prudencia.

—¿Su... —Dudé, indecisa en la elección de la palabra—. condición es irreversible?

—Lamentablemente sí, no hay esperanzas —fue su triste confirmación.

A los pies de la escalera, esperaba un hombre, que mecГ­a su maletГ­n con el instrumental.

—¿Que pasó, Millicent? ¿Se había olvidado de nuevo del control?

El hombre me guiГ±Гі el ojo, buscando mi complicidad.

—Usted es la nueva secretaria, ¿verdad? Le tocará a usted hacerle recordar las próximas citas. Cada martes, a las tres de la tarde. —Me extendió la mano, con una sonrisa amistosa—. Soy el médico de cabecera. John McIntosh.

Era un hombre alto, tanto como Kyle, pero mГЎs anciano, entre los sesenta y setenta quizГЎs.

—Y yo soy Melisande Bruno —dije, devolviéndole el apretón de manos.





—Un nombre exótico para una belleza digna de las mujeres escocesas.

La admiraciГіn en su mirada fue elocuente. Le sonreГ­ con gratitud. Antes de llegar a este poblado, ni siquiera marcado en los mapas, era considerada simpГЎtica, a lo mucho graciosa, y la mayorГ­a de las veces apenas pasable. Nunca hermosa.

La seГ±ora Mc Millian se iluminГі con aquel elogio, como si fuera mi madre y yo la hija casadera. Afortunadamente, el mГ©dico era anciano y casado, a juzgar por el gran aro en el anular; de lo contrario, ella se habrГ­a dado un buen trabajo para arreglarme un buen matrimonio en el marco de la idГ­lica Midnight Rose.

DespuГ©s de acompaГ±arlo hasta arriba, volviГі a mГ­, con una expresiГіn traviesa en su rostro enjuto.

—Lástima que sea casado. Sería un partido magnífico para usted.

LГЎstima que sea viejo, me hubiera gustado aГ±adir. Pero callГ© justo a tiempo al recordar que la seГ±ora Mc Millian tendrГ­a al menos cincuenta aГ±os, y que probablemente encontraba al mГ©dico atractivo y deseable.

—No estoy buscando novio —le recordé con firmeza—. Espero que no quiera también endosarme a Kyle.

Ella negГі con la cabeza.

—Es casado también él. Mejor dicho... es separado, caso raro por estas partes. De todas maneras, no me gusta. Hay en él algo inquietante y lascivo.

Iba a refutar, decir que el novio potencial tenГ­a que gustarme en primer lugar a mГ­, pero desistГ­. Sobre todo porque Kyle no me gustaba tampoco. No era exactamente el tipo de hombre con quien me hubiera gustado soГ±ar, si pudiera hacerlo. No, era injusta. A decir verdad, tras haber conocido al enigmГЎtico y complicado SebastiГЎn Mc Laine, era difГ­cil encontrar a alguien a su altura. Me dije mentalmente que era estГєpida. Que era patГ©tico y banal caer en la red tendida por el guapo escritor. Г‰l era sГіlo mi empleador, y yo no querГ­a terminar como las miles de otras secretarias, enamoradas sin esperanza de sus jefes. Con silla de ruedas o no, SebastiГЎn Mc Laine estaba fuera de mi alcance; eso era indiscutible.

—Voy para arriba —dije—. ¿Cuánto duran habitualmente las visitas?

El ama de llaves rio alegremente.

—Más de lo que el señor Mc Laine pueda soportar.

Se imbuyГі en una serie de relatos que tenГ­an como tema las visitas mГ©dicas. Yo la cortГ© en los inicios, con la fundada convicciГіn de que si no lo hiciese a tiempo me quedarГ­a allГ­, en una escucha ininterrumpida, hasta el martes siguiente.





Estaba en el rellano, sintiendo apenas mis pasos amortiguados por las suaves alfombras, cuando vi a Kyle que salГ­a de un dormitorio. Me pareciГі que fuera el de nuestro comГєn empleador.

Г‰l me notГі y me guiГ±Гі un ojo en forma confidencial. Yo guardГ© las distancias, decidida a no darle cuerda. TenГ­a razГіn la seГ±ora Mc Millian, pensГ©, mientras lo veГ­a acercГЎrseme. HabГ­a en Г©l algo profundamente incГіmodo.

—Todos los martes la misma historia. Quisiera que Mc Intosh dejara estas visitas inútiles. El resultado es siempre el mismo. Apenas se vaya, seré yo quien tenga que soportar el mal humor de su asistido. —Su sonrisa se amplió—. Y tú.

Me encogГ­ de hombros.

—Es nuestro trabajo, ¿no? Para eso nos pagan.

—Quizá no lo suficiente. Es realmente insoportable.

Su tono fue tan irrespetuoso que me dejГі estupefacta. No estaba segura de si era sГіlo la tГ­pica franqueza de la gente de su pueblo, genuina en sus despiadados juicios. TenГ­a un sentimiento de inferioridad, como una especie de envidia hacia quien podГ­a permitirse el lujo de no trabajar, si no por hobby, como el seГ±or Mc Laine. Envidia hacia Г©l, a pesar de que estaba relegado en una silla de ruedas, mГЎs encarcelado que un preso.

—No deberías hablar así —lo regañé, bajando la voz—. ¿Y si te escuchara...?

—No es fácil encontrar personal por estas partes. Sería difícil encontrarme un reemplazo. —Lo dijo como un dato fáctico, condescendiente, como si le estuviera haciendo un favor. Las palabras eran idénticas a las del señor Mc Laine, y me di cuenta de su verdad intrínseca—. Aquí no hay ocasiones de diversión —continuó, con un tono más insinuante esta vez.

Casualmente, al menos en apariencia, hizo que se me moviera un mechГіn de cabellos en la frente. InstantГЎneamente retrocedГ­, molesta por su respiraciГіn caliente sobre mi rostro.

—Quizá la próxima vez que te toque, lo apreciarás más —dijo, para nada ofendido.

La seguridad con la que hablГі desencadenГі mi furia subterrГЎnea.

—No habrá una próxima vez —susurré—. No busco distracciones, probablemente no de este tipo.

—Ciertamente, ciertamente. Por el momento.

QuedГ© estoicamente silenciosa, ya que me hubiera gustado darle una patada en las canillas, o una bofetada en esa cara desagradable.

Me dirigГ­ a paso de marcha a lo largo del corredor, ignorando su risa silenciosa.

Estaba ya casi por abrir la puerta de mi habitaciГіn, cuando la del seГ±or Mc Laine se abriГі y pude oГ­r con claridad su voz, ya mГЎs sofocada.





—¡Fuera de esta casa, Mc Intosh! Y si quieres realmente hacerme un favor, no vuelvas más.

La respuesta del mГ©dico fue tranquila, como si estuviera acostumbrado a esos arranques de ira.

—Volveré el martes a la misma hora Sebastián. Ah, estoy encantado de encontrarte sano como un roble. Tu aspecto y tu cuerpo pueden rivalizar con los de un veinteañero.

—Qué buena noticia, Mc Intosh. —La voz del otro era incisiva e irónica—. Salgo inmediatamente a festejar. Quizás hago también un salto de baile.

El mГ©dico cerrГі la puerta, sin responder. Al darse vuelta me vio, y esbozГі una sonrisa cansada.

—Se acostumbrará a su humor variable. Es amable, cuando quiere. Es decir, muy raramente.

SalГ­ en defensa de mi jefe, lealmente.

—Cualquiera en su lugar...

Mc Intosh siguiГі riГ©ndose.

—No cualquiera. Cada quien reacciona a su manera, señorita. Téngalo bien presente. Después de quince años se debería al menos resignar. Pero me temo que Sebastián no conozca el significado de esa palabra. Es así... —Hubo una ligera vacilación—. ... pasional; en el sentido más amplio de la palabra. Es impetuoso, volcánico, testarudo. Una terrible tragedia le sucedió precisamente a él.

SacudiГі la cabeza, como si los designios divinos le parecieran inexplicables, luego me saludГі brevemente y se marchГі. En ese momento no supe quГ© hacer. MirГ© con deseo la puerta de mi habitaciГіn. Irradiaba una tal dulzura que me atarantГі. TenГ­a miedo de afrontar a Mc Laine tras su reciente ataque de rabia; aunque si no habГ­a sido dirigido a mГ­. Una vez mГЎs no fui yo quien decidiГі.

—¡Señorita Bruno! ¡Venga inmediatamente aquí!

Para traspasar la gruesa puerta de roble tenГ­a que haberse desgaГ±itado. Eso fue demasiado para mis nervios ya destrozados. AbrГ­ su puerta, mis pies se dirigГ­an por fuerza de inercia.

Era la primera vez que entraba en su dormitorio, pero la decoraciГіn me dejГі indiferente. Mis ojos fueron imantados instantГЎneamente por la figura echada en la cama.

—¿¡Dónde está Kyle!? —Me reclamó con dureza—. Es el ser más indolente que jamás haya conocido.

—Voy a buscarlo —me ofrecí, feliz de tener una excusa plausible para huir patas para que te quiero de la habitación de aquel hombre, de aquel momento.

Г‰l me aturdiГі con la fuerza de su mirada frГ­a.

—Después. Ahora venga dentro.

En cierto modo el terror que sentГ­a se aplacГі el tiempo suficiente para poder entrar en su habitaciГіn con la cabeza en alto.

—¿Puedo hacer algo por usted?

—¿Y qué podría hacer? —Un temblor de ironía estremeció sus labios carnosos—. ¿Cederme sus piernas? ¿Lo haría, Melisande Bruno? ¿Si fuera posible? ¿Cuánto valen sus piernas? ¿Un millón, dos millones, tres millones de libras?

—No lo haría nunca por dinero —respondí en seco.

Se apoyГі en los codos, y me mirГі fijamente.

—¿Y por amor? ¿Lo haría por amor, Melisande Bruno?

В«Me estГЎ tomando el pelo, como de costumbreВ», me dije. Sin embargo, por unos instantes, tuve la impresiГіn de que rГЎfagas de viento invisibles me estaban empujando hacia sus brazos. Aquel instante de momentГЎnea locura pasГі, y me repuse, recordando que tenГ­a delante un desconocido, no el resplandeciente prГ­ncipe de la armadura reluciente que no era ni siquiera capaz de soГ±ar. Y ciertamente no un hombre que pudiera enamorarse de mГ­. En circunstancias normales no habrГ­a estado nunca allГ­, en aquella habitaciГіn, compartiendo el momento mГЎs Г­ntimo de una persona. AquГ©l, en el que se estГЎ sin mГЎscaras, desnudo de cualquier defensa, desnudo de toda formalidad impuesta por el mundo exterior.

—Nunca he amado, señor —respondí pensativa—. Por tanto, ignoro qué haría en ese caso. ¿Me sacrificaría a tal punto por la persona amada? No lo sé, realmente.

Sus ojos no me dejaban, como si no fueran capaces de hacerlo. O quizГЎs me lo imaginaba, porque era eso lo que yo experimentaba en ese momento.

—Es una pregunta estrictamente académica, Melisande. Piensa, si estuvieras realmente enamorada de alguien... ¿le cederías tus piernas, o tu alma? —Su expresión era indescifrable.

—¿Usted lo haría, señor?

Entonces, rio. Una risa que retumbГі en la habitaciГіn, inesperada y fresca como el viento primaveral.

—Yo lo haría, Melisande. Quizás porque he amado, y sé qué se siente. —Me echó un vistazo de reojo, como si esperase alguna pregunta de mi parte, pero no la hice. No sabía qué decir. Podía hablar de vinos o de astronomía, el resultado habría sido idéntico. Yo no era capaz de discutir sobre los temas de amor. Porque, precisamente, no tenía ni idea de lo que era—. Acerca la silla de ruedas —dijo finalmente, en tono de mando.

Encantada de cumplir una tarea para la que me encontraba preparada, obedecГ­. Sus brazos se extendieron con esfuerzo, y resbalГі con habilidad consumada en su instrumento de tortura. Tan odiado como necesario y valioso.

—Entiendo cómo se siente —dije impulsivamente, movida por la compasión.

Г‰l alzГі los ojos y me mirГі. Una vena latГ­a en la sien derecha, nerviosa por mi comentario.

—No tienes idea de cómo me siento —dijo lapidario—. Yo soy diferente. Diferente, ¿entiendes?

—Yo lo soy de nacimiento, señor. Lo puedo entender, créame —me defendí, con voz tenue.

TratГі de atravesar mi mirada, pero me neguГ©.

Alguien tocГі a la puerta, y acogГ­ aliviada la llegada de Kyle, con su expresiГіn vacГ­a.

—¿Me necesita, señor Mc Laine?

El escritor hizo un movimiento colГ©rico.

—¿Dónde te habías metido, ablandahigos?

Hubo un destello de rebeliГіn en los ojos del enfermero, pero no hizo ningГєn comentario.

—Espéreme en el estudio, señorita Bruno —me ordenó Mc Laine, con la voz que aún le temblaba por la violencia reprimida.

No mirГ© hacia atrГЎs mientras salГ­a.




CapГ­tulo Cuarto




















Varios dГ­as transcurrieron antes de poder recuperar esa alquimia inicial, y posteriormente perdida, con el propietario de Midgnight Rose.

Evitaba a Kyle como a la peste, para no despertar en Г©l la mГЎs mГ­nima esperanza. Sus ojos llenos de codicia trataban siempre de capturar los mГ­os, las veces que nos veГ­amos. Yo lo mantenГ­a a una debida distancia, con la esperanza de que eso bastara para disuadirlo del deseo de intentar nuevos, desagradables, acercamientos. En cambio, comenzaba a apreciar la compaГ±Г­a de la seГ±ora Mc Millian. Era una mujer aguda, nada chismosa, como la habГ­a errГіneamente juzgado a primera vista. Era leal hasta la mГ©dula con Mc Laine, y esa cualidad nos acercГі mucho. Llevaba a cabo mis tareas con apasionada diligencia, feliz de poder transferir, al menos en parte, el peso desde la espalda de Г©l hacia la mГ­a. Me hacГ­an falta nuestras discusiones, y mi corazГіn amenazГі con estallar cuando ellas volvieron. Inesperadas, como habГ­an comenzado.

—¡Maldición!

LevantГ© de golpe la cabeza, que tenГ­a inclinada sobre algunos documentos que estaba reordenando. TenГ­a los ojos cerrados, y una expresiГіn tan vulnerable en aquel rostro de muchacho, que quedГ© enternecida.

—¿Todo bien?

Su mirada fue bruscamente gГ©lida, y casi me molestГі que hubiera abierto los ojos.

—Es mi condenado editor —explicó, agitando una hoja.

Era una carta que habГ­a llegado con el correo de la maГ±ana, a la que no habГ­a hecho caso. Yo clasificaba la correspondencia, y me recriminГ© por no habГ©rsela dado primero. QuizГЎs estaba molesto conmigo por haber omitido una misiva importante. Sus palabras sucesivas revelaron, sin embargo, el enigma.

—Hubiera querido que esta carta se perdiera por la calle —dijo disgustado—. Pretende que le envíe el resto del manuscrito. —Mi silencio pareció alimentar su furia—. Y yo no tengo otros capítulos para mandarle.

—Son tantos días que lo veo escribir —expresé perpleja.





—Son días que escribo idioteces, dignas sólo de terminar donde han ido a parar —precisó, señalando la chimenea.

HabГ­a notado que el fuego habГ­a sido encendido el dГ­a anterior, y me sorprendГ­, considerando la temperatura totalmente veraniega; pero no pedГ­ explicaciones.

—Intente hablar con su editor. ¿Quiere que le haga la llamada? —propuse, rápida—. Estoy segura de que comprenderá...

Me interrumpiГі, agitando bruscamente la mano, como si quisiera expulsar una mosca molesta.

—¿Comprenderá qué? ¿Que estoy en crisis creativa? ¿Que estoy viviendo el clásico bloqueo del escritor? —Su sonrisa burlona hizo palpitar mi corazón, como si lo hubiera acariciado. Echó la carta sobre la mesa—. El libro no continuará. Por primera vez en mi carrera me parece que no tengo nada más que escribir, que he agotado mi vena.

—Entonces haga otra cosa —dije impulsivamente.

Г‰l me mirГі como si yo hubiera enloquecido.

–¿Disculpe…?

—Concédase una pausa, así podrá entender qué está sucediendo —le dije frenéticamente.

—¿Haciendo qué? ¿Un poco de footing? ¿Una carrera en coche? ¿O una partida de tenis?

El sarcasmo en su voz era tan afilado como para lacerarme. Me pareciГі casi sentir el calor pegajoso de su sangre que brotaba de sus heridas.

—No solo existen hobbies físicos —dije, agachando la cabeza—. Podría escuchar un poco de música, quizás. O leer.

ВЎAjГЎ!, ahora si que me liquidarГЎ en un abrir y cerrar de ojos, pensГ©, como a quien hubiera sugerido el peor cГєmulo de tonterГ­as de la historia. En cambio, sus ojos estaban atentos, concentrados en mГ­.

—Música. No es una idea perversa. Total, no tengo nada mejor que hacer, ¿no? Me señaló un tocadiscos, en el estante más alto de la librería.

—Cójalo, por favor.

SubГ­ en la silla y lo bajГ©, admirando al mismo tiempo sus detalles.

—Es maravilloso. Original, ¿verdad?

Г‰l asintiГі, mientras lo ponГ­a sobre el escritorio.

—Siempre he sido un apasionado de enseres antiguos, aunque este es más moderno. En la caja roja encontrará los discos de vinilo.

Me detuve delante de la librerГ­a, con los brazos inertes a lo largo del cuerpo. HabГ­a dos cajas negras de dimensiones similares en el mismo estante en el que habГ­a estado antes el tocadiscos. Me pasГ© la lengua sobre los labios ГЎridos, mi garganta ardГ­a. Г‰l me llamГі, impaciente.

—Dese prisa, señorita Bruno. Sé que no voy a ninguna parte, pero eso no justifica su lentitud. ¿Qué es? ¿Una tortuga? ¿O ha ido a lecciones de Kyle?

Nunca serГ© capaz de acostumbrarme a su sarcasmo, pensГ© encolerizada, mientras tomaba una apresurada decisiГіn. Era el momento: confesar mi aberrante anomalГ­a o seguir la vГ­a mГЎs fГЎcil, como en el pasado. Es decir, coger una caja al azar y rogar que fuera la correcta. No podГ­a abrirla antes y espiar el contenido, estaban cerradas con grandes trozos de cinta adhesiva. Luego de pensar en las frases terrorГ­ficas de las que serГ­a objeto si dijera la verdad, me decidГ­. SubГ­ sobre la silla, y traje abajГі una caja. La apoyГ© sobre el escritorio sin mirarla. Lo sentГ­ que buscГі en ella, en silencio. Sorprendentemente era la correcta. Y volvГ­ a respirar.

—Mira. —Me presentó un disco—. Debussy.

—¿Por qué él? —pregunté.

—Porque he vuelto a valorar a Debussy, desde que sé que su nombre fue elegido en homenaje a él.

La sencillez primitiva de su respuesta me dejГі sin respiraciГіn, con el corazГіn que se retorcГ­a entre esperanzas punzantes como espinas. Porque eran demasiado hermosas para creerlas.

Yo no sabГ­a soГ±ar. QuizГЎs porque mi mente ya habГ­a entendido al nacer aquello que mi corazГіn se negaba a hacerlo. Es decir, los sueГ±os no se convierten nunca en realidad. No los mГ­os, al menos.

La mГєsica tomГі cuerpo, e invadiГі la habitaciГіn. Primero suavemente, luego con mayor vigor, hasta subir en un crescendo emocionante, seductor.

El seГ±or Mc Laine cerrГі los ojos, y se apoyГі en el respaldo de la silla, absorbiendo el ritmo, haciГ©ndolo suyo, apropiГЎndose de Г©l en un robo autorizado.

Yo lo miraba, aprovechando el hecho de que no podГ­a verme. En ese momento me pareciГі tremendamente joven y frГЎgil, como si una simple rГЎfaga de viento pudiera quitГЎrmelo. CerrГ© yo tambiГ©n los ojos ante aquel pensamiento vergonzoso y ridГ­culo. Г‰l no era mГ­o, nunca lo serГ­a, con o sin silla de ruedas. Mientras mГЎs pronto lo entenderГ­a, mГЎs pronto recuperarГ­a mi sentido comГєn, mi reconfortante resignaciГіn, mi equilibrio mental. No podГ­a poner en peligro la jaula en la que deliberadamente me habГ­a encerrado, no debГ­a exponerme a un sufrimiento atroz a causa de una simple fantasГ­a, de un sueГ±o irrealizable, digno de una adolescente.





La mГєsica cesГі, candente y embriagadora. Reabrimos los ojos en el mismo instante. Los suyos habГ­an retomado su habitual frialdad; los mГ­os estaban empaГ±ados, somnolientos.

—El libro así no está bien —determinó—. Haga desaparecer el tocadiscos, Melisande. Quisiera escribir un poco, incluso reescribir todo. —Me dedicó una sonrisa resplandeciente—. La idea de la música ha sido genial. Gracias.

—¿Le parece...? No he hecho nada especial —balbuceé, escapando a su mirada, a las profundidades en las cuales corría el riesgo regularmente de perderme.

—No, no ha hecho nada especial, en efecto —admitió, haciendo bajar mi moral por debajo de mis tacones, por el modo rápido con el que me había liquidado—. Es usted, que es especial, Melisande. Usted, no lo que dice o hace.

Su mirada chocГі contra la mГ­a, decidida a capturarla como de costumbre. LevantГі las cejas, con esa ironГ­a que ya conocГ­a tan bien.

—Gracias, señor —respondí compungida.

Г‰l rio, como si hubiera dicho un chiste. No me lo tomГ© a mal, me encontraba divertida. Es mejor que nada, quizГЎs. RecordГ© nuestra conversaciГіn de unos dГ­as atrГЎs, cuando me habГ­a preguntado si por amor hubiera cedido mis piernas, o mi alma. Esa vez, respondГ­ que nunca habГ­a amado, y por lo tanto ignoraba como me comportarГ­a. Ahora me di cuenta de que quizГЎ podГ­a responder a esa pregunta insidiosa.

Trajo hacia sГ­ el ordenador y comenzГі a escribir, excluyГ©ndome de su mundo. Yo volvГ­ a mis funciones, aunque tenГ­a el corazГіn en un puГ±o. Enamorarme de SebastiГЎn Mc Laine era un suicidio. Y yo no tenГ­a veleidades de kamikaze. ВїVerdad? Era una chica con sentido comГєn, prГЎctica, razonable, incapaz de soГ±ar. TambiГ©n con los ojos abiertos. O al menos lo habГ­a sido hasta ese momento, me corregГ­.

—¿Melisande?

—¿Si, Señor? —Me giré hacia él, sorprendida de que me hubiera dirigido la palabra. Cuando empezaba a escribir se apartaba de todo y de todos.

—Tengo ganas de rosas —dijo, mientras señalaba el florero sobre el escritorio—. Pida a Millicent que lo llene, por favor.

—Como no, señor. Aferré el vaso de cerámica con ambas manos. Sabía que era pesado.





—Rosas rojas —especificó—. Como tus cabellos.

EnrojecГ­, si bien no habГ­a nada de romГЎntico en lo que habГ­a dicho.

—Está bien, Señor.

SentГ­a su mirada que me traspasaba la espalda, mientras abrГ­a con cuidado la puerta y entraba en el pasillo. DescendГ­ a la planta baja, con el jarrГіn apretado entre mis manos.

—¿Señora Mc Millian? ¿Señora..?

No habГ­a rastro de la anciana ama de llaves; luego, un recuerdo aflorГі en mi mente, demasiado tenue para aferrarlo. La mujer, en el desayuno, me habГ­a dicho algo, a propГіsito del dГ­a libre... ВїSe referГ­a a hoy? DifГ­cil de saberlo. La seГ±ora Mc Millian era un hervidero de informaciГіn confusa, y rara vez lograba escucharla de principio a fin. Tampoco en la cocina habГ­a rastro de ella. Desconsolada, apoyГ© el jarrГіn sobre la mesa, junto a una cesta de fruta fresca.

ВЎLo que faltaba! Me di cuenta de que debГ­a yo elegir las rosas en el jardГ­n. Una tarea mГЎs allГЎ de mis capacidades. MГЎs fГЎcil coger una nube y bailar un vals.

Con un zumbido insistente en las orejas, y la sensaciГіn de una catГЎstrofe inminente, salГ­ al aire libre. La rosaleda estaba delante de mГ­, ardiente como un fuego de pГ©talos. Rojas, amarillas, rosas, blancas, azules incluso. LГЎstima que yo vivГ­a en blanco y negro, en un mundo donde todo era sombra. En un mundo en el que la luz era algo inexplicable, algo indefinido, prohibido. No podГ­a ni siquiera hacerme la idea de cГіmo distinguir los colores, porque ignoraba quГ© eran. Desde mi nacimiento.

Di un paso incierto hacia la rosaleda, mis mejillas ardГ­an. TendrГ© que inventar una excusa para justificar mi regreso arriba sin flores. Una cosa era elegir entre dos cajas, otra era llevar rosas del mismo color. Rojo. ВїCГіmo es el rojo? ВїCГіmo imaginar algo que nunca se ha visto, ni siquiera en un libro?

PisГ© una rosa rota. Me inclinГ© a cogerla, estaba marchita, lГЎnguida en su muerte vegetal, pero tenГ­a perfume aГєn.

—¿Qué haces aquí?

Me apartГ© bruscamente los cabellos de la frente, lamentando no haberlos recogido en el habitual moГ±o. Eran largos hasta la nuca, y ya estaban impregnados de sudor.

—Debo recoger rosas, para el señor Mc Laine —respondí lacónica.

Kyle sonriГі, con su habitual sonrisa llena de segundas intenciones irritantes.

—¿Necesitas ayuda?





En esas palabras lanzadas al viento, vacГ­as y ambiguas, descubrГ­ una vГ­a de salvaciГіn, un atajo inesperado, que cogГ­ al vuelo.

—En realidad deberías hacerlo tú, pero no estabas en las proximidades. Como de costumbre —dije ácida.

Un temblor le cruzГі el rostro.

—No soy un jardinero. Trabajo ya demasiado.

Al escuchar eso se me escapГі una risa. Me llevГ© una mano a la boca, como para amortiguar la risa. Г‰l me mirГі furibundo.

—Es la verdad. ¿Quién crees que lo ayuda a lavarse, vestirse, a moverse?

El pensamiento de SebastiГЎn Mc Laine desnudo me provocГі casi un cortocircuito. Lavarlo, vestirlo... Tareas que yo habrГ­a realizado con mucho gusto. Luego, el pensamiento de que nunca me habrГ­a tocado eso a mГ­, me hizo responder ГЎcidamente.

—Pero la mayor parte del día estás libre. Ciertamente, a su disposición, pero raramente eres perturbado —le dije, azuzando el fuego—. Hey, ¡ven a ayudarme!

Se decidiГі, aГєn molesto.

Le aferrГ© las cizallas, sonriendo.

—Rosas rojas —especifiqué.

—Así se hará —gruño, poniéndose manos a la obra.

Al final, cuando el ramo estaba listo, lo cortГі en la cocina, en donde se encontraba el florero. Me pareciГі mГЎs prГЎctico y fГЎcil dividirnos la tarea. Г‰l llevarГ­a el jarrГіn de cerГЎmica, yo las flores.

Mc Laine estaba aГєn escribiendo, enfervorizado. Se interrumpiГі cuando nos vio entrar, juntos.

—Ahora entiendo por qué se demoraron tanto —susurró en mi dirección.

Kyle se despidiГі rГЎpidamente, mientras dejaba con rudeza el jarrГіn sobre el escritorio. Por un instante temГ­ que se derramarГ­a. Ya habГ­a salido cuando me apresurГ© a acomodar las rosas en el jarrГіn.

—¿Era tan difícil la tarea que tenías que hacerte ayudar? —me preguntó, dejando brotar de sus ojos destellos de ira incontrolable.

BraceГ© como un pez que ha mordido estГєpidamente el anzuelo.

—El jarrón era pesado —me justifiqué—. La próxima vez no lo llevaré conmigo.

—Muy sabio. —Su voz era engañosamente angelical. Con el rostro ensombrecido por una barba de dos días, parecía verdaderamente un demonio maligno, ascendido directamente de los infiernos para tiranizarme.





—No encontré a la señora Mc Millian —insistí. Un pez que todavía se aferra al anzuelo, que aún no ha comprendido que se trata de un anzuelo.

—Ah, claro, es su día libre —admitió él. Pero luego su enojo resurgió, sólo había estado temporalmente calmado—. No quiero historias de amor entre mis empleados.

—¡Ni siquiera se me había cruzado por la cabeza! —dije impetuosamente, con una sinceridad que me hizo merecedora de una sonrisa de aprobación de parte suya.

—Me alegro de eso. —Sus ojos eran gélidos a pesar de su sonrisa—. Pero por supuesto que eso no sirve para mí. No tengo nada en contra de tener historias con los empleados, yo. —Enfatizó sus palabras, como para reforzar la tomadura de pelo.

Por primera vez tuve ganas de darle un puГ±etazo, y comprendГ­ que no serГ­a la primera. No libre para descargar mi ira con quien querГ­a, mis manos apretaron mГЎs fuerte el manojo, olvidГЎndose de las espinas. El dolor me cogiГі de sorpresa, como si me creyera inmune a las espinas, acostumbrada como estaba a combatir contra otras.

—¡Ay! —Retiré de golpe la mano.

—¿Te has hincado?

Mi mirada fue mГЎs elocuente que cualquier respuesta. ExtendiГі su mano, para buscar la mГ­a.

—Hazme ver.

Se la mostrГ©, como una autГіnoma. La gota de sangre resaltaba en la piel blanca. Oscura, negra para mis ojos anГіmalos. Roja carmГ­n para los suyos, normales.

TratГ© de retirar mi mano, pero la tenГ­a apretada con fuerza. Lo observГ©, sorprendida. Su mirada no abandonaba mi dedo, como si estuviera secuestrado, hipnotizado. Luego, como de costumbre, todo acabГі. Su expresiГіn cambiГі, al punto que no sabrГ­a descifrarla. PareciГі tener nГЎuseas y retirГі su mirada deprisa y corriendo. Mi mano quedГі libre, y me llevГ© el dedo a la boca, para chuparme la sangre.

GirГі su cabeza de nuevo en mi direcciГіn, como guiado por una fuerza imparable y poco grata. Su expresiГіn era agonizante, sufriente. Pero sГіlo por un instante. Sobrecogedora e ilГіgica.

—El libro prosigue bien. He recobrado mi vena —dijo, como si respondiera a una pregunta mía nunca formulada—. ¿Te incomoda traerme una taza de té?

Me agarrГ© de sus palabras, como un cable echado a un nГЎufrago.

—Voy enseguida.





—¿Podrás hacerlo sola, esta vez?

Su ironГ­a fue casi agradable, tras la terrible mirada de antes.

—Trataré —respondí, siguiendo el juego.

Esta vez no encontrГ© a Kyle, y fue un alivio. Me movГ­ por la cocina con mayor seguridad que en el jardГ­n. Dado que consumГ­a todas las comidas allГ­, en compaГ±Г­a de la seГ±ora Mc Millian, conocГ­a todos sus escondrijos. EncontrГ© sin esfuerzo el hervidor de agua en el mueble colgante al lado del frigorГ­fico, y los sobres de tГ© en una lata de hojalata, en otro. VolvГ­ arriba, con la fuente entre las manos.

El seГ±or Mc Laine no levantГі la mirada cuando me vio entrar. Evidentemente sus oГ­dos, como antenas de radar, habГ­an captado que estaba sola.

—He traído azúcar y miel, ya que no sabía cómo prefiere beberlo. Y también leche.

Rio con sarcasmo, cuando mirГі la fuente.

—¿No era demasiado pesada para ti?

—Me las he arreglado —dije dignamente.

Defenderse de sus bromas verbales estaba convirtiГ©ndose en una costumbre irrenunciable, sin duda preferible a la expresiГіn trГЎgica de pocos minutos antes.

—Señor...

HabГ­a llegado el momento de abordar una cuestiГіn importante. El me mando una sonrisa llena de sincera benevolencia, como un monarca bien dispuesto hacia un sГєbdito leal.

—¿Sí, Melisande Bruno?

—Quisiera saber cuál será mi día libre —dije de un solo golpe, intrépida.

Г‰l abriГі los brazos y se estirГі, voluptuosamente, antes de responder.

–¿Día libre? ¿Apenas has llegado, y ya quieres deshacerte de mí?

PasГ© el peso de un pie a otro, mientras lo mirГ© servirse una cucharada de leche y una cucharada de azГєcar en el tГ©, y luego sorber despacio.

—Hoy es domingo, señor, el día libre de la señora Mc Millian. Y mañana será exactamente una semana de mi llegada. Quizás es el momento de hablar de eso, Señor.

Por su expresiГіn parecГ­a que no querГ­a darme ningГєn dГ­a libre.

—Melisande Bruno, ¿estás quizá pensando que no quiero concederte días libres? —preguntó burlón, como si me hubiera leído la mente. Estaba ya mascullando que no, que nunca se me hubiera pasado por la mente una cosa similar, absurda por lo demás, cuando añadió—: …Porque tendrías perfectamente razón.

—Quizás no he entendido bien, señor. ¿Es otra de sus bromas? —Tenía la voz débil, y me esforzaba por controlarla.





—¿Y si no lo fuera? —refutó, con unos ojos insondables como el océano.

Lo mirГ© con la boca abierta.

—Pero la señora Mc Millian...

—Tampoco Kyle tiene días libres —me recordó, con una sonrisa socarrona. Tuve la ligera sensación de que se estuviera divirtiendo a más no poder.

—Él no tiene un horario fijo como el mío —dije fastidiada.

TenГ­a una ganas locas de explorar el pueblo y los alrededores de la casa, y me molestaba tener que luchar por un derecho. Г‰l no moviГі una pestaГ±a.

—Está siempre a mi disposición.

—Entonces,¿ cuándo tendría yo que salir? —pregunté alzando la voz—. ¿De noche, quizás? Estoy libre del ocaso al alba... ¿En lugar de dormir, tendré que callejear? A diferencia de Kyle yo vivo aquí, no vuelvo a casa por la noche.

—No te aventures a salir de noche. Es peligroso.

Sus palabras silenciosas se grabaron en mi conciencia, provocando un dГ©bil sentimiento de furia.

—Estamos en un callejón sin salida —dije, con voz gélida como la suya—. Quiero visitar los alrededores, pero no me concede un día libre para poder hacerlo. Por otro lado, sin embargo, me sugiere de forma amenazadora que no salga de noche, definiéndolo peligroso. ¿Qué me queda por hacer?

—Eres aún más bella cuando te enfadas, Melisande Bruno —observó, sin que viniera al caso—. La cólera te tiñe las mejillas de un rosa delicioso.

Me deleite por un instante delicioso en la alegrГ­a de ese halago, luego la ira tomГі la delantera.

—¿Entonces? ¿Tendré un día libre?

SonriГі de travГ©s, y mi furia languideciГі, sustituida por una excitaciГіn diferente e impensable.

—Ok, que sea el domingo —decidió finalmente.

—¿El domingo? —Había cedido tan rápidamente que me sorprendió. Era tan rápido en sus decisiones como para hacerme dudar de su capacidad para cumplirlas—. Pero es también el día libre de la señora Mc Millian... ¿Está seguro de...?

—Millicent está libre sólo en la mañana. Usted puede tomar la tarde.

AsentГ­, poco convencida. Por el momento debГ­a contentarme.

—De acuerdo.

SeГ±alГі la fuente.

—¿La lleva a la cocina, por favor?

Estaba ya llegando a la puerta, cuando un pensamiento me hiriГі con el impacto de un meteorito.

—¿Por qué precisamente el domingo?

Me volteГ© a mirarlo. TenГ­a la expresiГіn de una serpiente de cascabel, y comprendГ­ todo en un a abrir y cerrar de ojos. Porque hoy es domingo, y tendrГ© que esperar siete dГ­as. Una victoria pГ­rrica. Estaba tan furiosa que me tentГі la idea de tirarle encima la fuente.

—Pasará rápidamente —me persuadió, divertido—. Ah, no tire la puerta, cuando salga.

Fui tentada de hacerlo, pero me obstaculizГі la fuente. HabrГ­a tenido que colocarla por tierra, y renunciГ© a la idea. Probablemente se habrГ­a divertido aГєn mГЎs.

Aquella noche, por primera vez en mi vida, soГ±Г©.




CapГ­tulo Quinto




















ParecГ­a que era un espГ­ritu, casi espectral en mi camisa de noche, revoloteando en el viento invisible. SebastiГЎn Mc Laine me tendГ­a la mano, amable.

—¿Quieres bailar conmigo, Melisande Bruno?

Estaba parado, inmГіvil, a los pies de mi cama. Ninguna silla de ruedas. Su figura era parpadeante, pГЎlida, de la misma consistencia de los sueГ±os. CubrГ­ la distancia que nos separaba, veloz como un cometa. Г‰l me sonriГі encantadoramente, como quien no duda de la felicidad del otro, porque es reflejo de la suya.

—Señor Mc Laine, usted puede caminar... —Mi voz era ingenua, evocaba a la de una niña.

Г‰l recambiГі mi sonrisa, con sus ojos tristes y oscuros.

—Al menos en los sueños, sí. ¿No quieres llamarme Sebastián, Melisande? ¿Al menos en el sueño?

Me sentГ­ embarazada, reticente a abandonar las formalidades, incluso en aquel momento fantГЎstico e irreal.

—De acuerdo... Sebastián.

Sus labios me ciñeron la cintura, un estrujamiento firme y jocoso. —¿Sabes bailar, Melisande?

—No.

—Entonces déjate guiar por mí. ¿Crees que lo puedes hacer? —Me miró desconfiado, ahora.

—No creo que lo logre —admití, sincera.

Г‰l asintiГі, para nada turbado por mi sinceridad.

—¿Ni siquiera en sueños?

—Yo no sueño nunca —respondí incrédula.

Sin embargo lo estaba haciendo. Era un hecho indiscutible, Вїno? No podГ­a ser real. Yo en camisa de dormir entre sus brazos, con la dulzura de su mirada, notando la ausencia de la silla de ruedas.

—Espero que no te despiertes decepcionada —dijo pensativo.

—¿Por qué debería? —objeté.

—Yo seré el objeto del primer sueño de tu vida. ¿Estás decepcionada?

Me miraba serio, dubitativo. Se tiraba hacia atrГЎs ahora, y yo le plantГ© los dedos en sus brazos, feroces como garras.

—No, quédate conmigo, por favor.





—¿Me quieres realmente en tu sueño?

—No quisiera ningún otro —dije arrogante.

Estoy soГ±ando, me repetГ­a. PodГ­a decir todo lo que me pasaba por la cabeza sin temor a las consecuencias. Г‰l me sonriГі una vez mГЎs, mГЎs hermoso que nunca. Me hizo girar, acelerar el ritmo a medida que aprendГ­a los pasos. Era un sueГ±o real en una manera espantosa. Mis dedos percibГ­an, bajo las yemas, la suavidad de la cachemira de su Jersey, y mГЎs abajo aГєn, la firmeza de sus mГєsculos. A un cierto punto advertГ­ un ruido, como una pГ©ndola que marcaba las horas. Se me escapГі una risilla.

—¡También aquí!

El ruido de la pГ©ndola no me era particularmente agradable, era un sonido chillГіn, angustioso, viejo. SebastiГЎn se separГі de mГ­, tenГ­a la frente contraГ­da.

—Tengo que irme.

Me sobresaltГ©, como golpeada por un proyectil.

—¿Debes, precisamente?

—Debo, Melisande. También los sueños terminan. —En sus palabras tranquilas había tristeza, el sabor de despedida.

—¿Volverás? —No podía dejarlo irse así, sin luchar.

Г‰l me estudiГі atentamente, como lo hacГ­a siempre durante el dГ­a, en la realidad.

—¿Cómo podría no volver, ahora que has aprendido a soñar?

Aquella promesa poГ©tica calmГі mi ritmo cardГ­aco, ya irregular ante la idea de no verlo mГЎs. No asГ­, al menos. El sueГ±o se apagГі, como la llama de una vela. Y asГ­ la noche.

La primera cosa que mirГ©, al abrir los ojos, fue el techo de vigas expuestas. Luego la ventana, a medio cerrar por el calor. HabГ­a soГ±ado por primera vez.

Millicent Mc Millian me sonriГі amablemente, cuando me vio aparecer en la cocina.

—Buenos días, linda, ¿ha dormido bien?

—Como nunca en mi vida —respondí lacónica. El corazón corría el riesgo de estallarme en el pecho al recordar al protagonista de mi sueño.

—Me da mucho gusto —dijo el ama de llaves sin saber a qué me refería.

Se volcГі en un relato detallado del dГ­a transcurrido en el pueblo. De la misa, del encuentro con tipos cuyos nombres no me decГ­an nada. Como siempre, la dejГ© hablar, con la mente ocupada en fantasГ­as mucho mГЎs agradables, y el ojo siempre fijo en el reloj, en la febril espera de volverlo a ver.

Era infantil pensar que serГ­a una jornada diferente, que Г©l se comportarГ­a de forma diferente. HabГ­a sido un sueГ±o, nada mГЎs. Pero inexperta como era en el tema, me ilusionaba el hecho de que pudiera tener una continuaciГіn en la realidad.

Cuando lleguГ© al estudio, estaba abriendo las cartas con un cortapapeles de plata. LevantГі apenas la mirada cuando aparecГ­.

—Otra carta de mi editor. He apagado el celular precisamente para no tener que soportarlo. Detesto la gente sin imaginación... No tienen idea del mundo de un artista, de sus tiempos, de sus espacios...

Su tono insГ­pido me hizo poner nuevamente los pies en la tierra. NingГєn saludo, ningГєn reconocimiento especial, ninguna mirada dulce. Bienvenida a la realidad, me saludГ© yo misma. ВЎQuГ© necia al pensar lo contrario! Es por eso que no habГ­a nunca logrado soГ±ar antes. Porque no creГ­a, no esperaba, no me atrevГ­a a desear nada. DebГ­a volver a ser la Melisande de antes de aquella casa, antes de ese encuentro, antes de la ilusiГіn. Pero quizГЎs lo soГ±arГ© de nuevo. El pensamiento me calentГі mГЎs que el tГ© de la seГ±ora Mc Millian, o que el sol enceguecedor detrГЎs de la ventana.

—¡Hey! ¿Qué hace allí plantada como una estatua? Siéntese, por Dios.

Me sentГ© frente a Г©l, dГіcilmente, sintiendo el reproche, que me quemaba la piel. Me pasГі la carta, con aire serio.

—Escríbale. Dígale que tendrá su manuscrito en la fecha prevista.

—¿Está seguro que podrá? Quiero decir... Está reescribiendo todo...

ReaccionГі irritado por lo que considerГі una crГ­tica.

—Son mis piernas que están paralizadas, no mi cerebro. Tuve un momento de crisis. Pero se acabó. Definitivamente.

Mantuve un prudente silencio durante toda la maГ±ana, mientras lo veГ­a pulsar las teclas del ordenador con inusual energГ­a. SebastiГЎn Mc Laine era fГЎcil de irritarse, lunГЎtico y caprichoso. TambiГ©n fГЎcil de odiar; lo habГ­a notado estudiГЎndolo a escondidas. Y tambiГ©n hermoso; demasiado, y consciente de serlo. Lo que lo hacГ­a doblemente detestable. En mi sueГ±o habГ­a aparecido como un ser inexistente, la proyecciГіn de mis deseos, no un hombre real, en carne y hueso. El sueГ±o fue mentiroso, estupendamente mentiroso.

A un cierto punto, me seГ±alГі las rosas.

—Cámbialas, por favor. Detesto verlas marchitar. Las quiero siempre frescas.

RecuperГ© la voz.

—Lo haré en este momento.

—Y tenga cuidado, no se vaya a cortar esta vez.

La dureza de su tono me sorprendiГі. Yo nunca estaba adecuadamente preparada para sus frecuentes arranques de ira, llenos de destrucciГіn.

Para no correr riesgos tomГ© todo el jarrГіn, y bajГ© abajo. A mitad de la escalera me encontrГ© con el ama de llaves, que se apresurГі a ayudarme.

—¿Qué ha sucedido?

—Quiere nuevas rosas —le expliqué con la respiración cortada—. Dice que detesta verlas marchitar.





La mujer alzГі los ojos al cielo.

—Cada día una nueva.

Llevamos el jarrГіn a la cocina, y luego ella fue a coger las rosas, frescas y estrictamente rojas. Yo me dejГ© caer en una silla, casi como contagiada por la atmГіsfera oscura de la casa. No lograba sacarme de la cabeza el sueГ±o de aquella noche, en parte porque era el primero en mi vida, y aГєn tenГ­a en mГ­ la emociГіn del descubrimiento; y por otro lado, porque habГ­a sido tan real, dolorosamente real. El sonido de la pГ©ndola me hizo dar tumbos. Era tan aterradora como la habГ­a percibido tambiГ©n en mi sueГ±o. QuizГЎ fue ese detalle que lo hizo tan real.

Las lГЎgrimas me inundaron los ojos, irrefrenables e impotentes. Un hipo se escapГі de mi garganta, mГЎs fuerte que mi famoso autocontrol. Fue en ese estado que me encontrГі el ama de llaves al entrar en la cocina.

—Aquí están las rosas frescas para nuestro señor y patrón —dijo alegremente. Luego se dio cuenta de mis lágrimas, y llevó las manos al pecho—. ¡Señorita Bruno! ¿Qué ha sucedido? ¿Está mal? ¿No será por la reprimenda del señor Mc Laine? Él es un burlón, gruñón como un oso, y adorable cuando se acuerda de serlo... No se preocupe, cualquier cosa que le haya dicho ya se le habrá olvidado.

—Es este el problema —dije con voz lacrimosa, pero ella no oyó, ya enrumbada en sus charlas.

—Le preparo el té, le hará bien. Recuerdo que una vez, la casa donde trabajaba antes...

SoportГ© en silencio su pesada cantilena, apreciando el intento fallido de distraerme. SorbГ­ la bebida caliente, fingiendo sentirme mejor, y desestimГ© su ofrecimiento de ayuda. LlevarГ­a yo las rosas. Pero la mujer insistiГі en acompaГ±arme al menos hasta el rellano, y ante su amable gesto, no pude negarme. Cuando volvГ­ al estudio, ya era yo, la Melisande de siempre, con los ojos secos, el corazГіn en letargo, el ГЎnimo resignado.

Las horas pasaron, pesadas como el cemento armado, en un silencio negro como mi humor. El seГ±or Mc Laine me ignorГі durante todo el tiempo, dirigiГ©ndome la palabra sГіlo cuando no podГ­a evitarlo. El deseo angustioso de que llegara la tarde solo era igual al del querer volver a ver la maГ±ana. ВїEra acaso posible que tan sГіlo hayan pasado unas pocas horas?

—Puede irse señorita Bruno —me despidió, sin mirarme a los ojos.

Me limitГ© a desearle una buena velada, respetuosa y frГ­a como Г©l.





Estaba buscando a Kyle, a pedido suyo, cuando oГ­ un sollozo que provenГ­a del trastero. AbrГ­ bien los ojos, sin saber quГ© hacer. DespuГ©s de mil titubeos, lleguГ© al lugar de donde provenГ­a aquel ruido, y lo que vi fue sorprendente.

Un rostro en la sombra, de silueta indistinguible, que se sonaba la nariz, era Kyle. El hombre tenГ­a un paГ±uelo de papel hecho pelotitas en la mano, y parecГ­a sГіlo la pГЎlida copia del seductor de pacotilla de los dГ­as pasados. Me limite a mirarlo, enmudecida por el asombro.

Г‰l se percatГі de mi presencia, y dio un paso adelante.

—¿Te doy pena? ¿O tienes ganas de echarte a reír?

Me pareciГі haber sido sorprendida en el acto de espiarlo, como una mirona indiscreta. DescartГ© la tentaciГіn urgente de justificarme.

—Te busca el señor Mc Laine. Quiere retirarse en su habitación para la cena. Pero... ¿Tú estás bien? ¿Puedo hacer algo? —Sus mejillas se tiñeron de manchas oscuras, e intuí que se hubiera enrojecido de vergüenza. Di un paso atrás, también metafóricamente—. No, perdón, olvida lo que he dicho. No hago otra cosa que no sea inmiscuirme en asuntos ajenos.

Г‰l negГі con la cabeza, inusualmente galante.

—Eres demasiado hermosa para ser una real metiche, Melisande. No, yo... Solo estoy destrozado por el divorcio. —Fue entonces que me di cuenta de que en la mano no tenía un pañuelo, sino una hoja estrujada—. Se ha ido. Todos mis intentos por evitar la ruptura han fracasado.

Por un instante me dieron ganas de reГ­r. ВїIntentos? ВїY en quГ© forma habГ­a intentado? ВїHaciendo propuestas deshonestas a la Гєnica mujer joven en sus proximidades?

—Lo siento —dije con incomodidad.

—También yo.

Dio otro paso hacia adelante, saliendo de la sombra. Su rostro estaba baГ±ado en lГЎgrimas, como para desmentir la mala opiniГіn que me habГ­a hecho de Г©l. Me quedГ© confundida al verlo tan fuertemente avergonzado. ВїQuГ© dicen los buenos modales a propГіsito de las personas que han pasado por un divorcio? ВїCГіmo consolarlas? ВїQuГ© decirles sin correr el riesgo de herirlas? Ah ya, pero cuando los buenos modales fueron redactados el divorcio no era ni siquiera admitido.

—Le diré al señor Mc Laine que no estás bien —dije.

PareciГі como si el pГЎnico se hubiera apoderado de Г©l.

—No, no. No estoy preparado para volver al mundo civilizado, y me temo que el señor Mc Laine esté buscando una excusa para echarme definitivamente de Midgnight Rose. No, me tomaré un poco de tiempo para recomponerme y luego voy.





—El tiempo para recomponerte, claro —le hice eco, poco convencida. Kyle tenía realmente un aspecto terrible, los cabellos desgreñados, el rostro enrojecido por las lágrimas, el uniforme blanco ajado, como si se hubiera dormido encima—. De acuerdo, entonces. Buenas noches —lo saludé, deseando sólo el refugio de mi habitación.

HabГ­a sido una jornada larga, terriblemente larga, y no estaba de ГЎnimo como para consolar a nadie que no fuera yo misma. Г‰l me hizo un gesto con la cabeza, temiendo que su voz lo delatara.

Me di una escapada por la cocina antes de subir arriba. No tenГ­a ganas de cenar, y era necesario decГ­rselo a la amable seГ±ora Mc Millian. Me dirigiГі una sonrisa radiante.

—Estoy preparando la sopa —dijo señalando una olla en el fogón—. Sé que hace calor, pero no podemos alimentarnos solo con ensaladas hasta septiembre.

El sentido de culpa me golpeГі el cuello. Con vergГјenza cambiГ© mi respuesta, cuando estaba apurada por salir de mi boca.

—Adoro la sopa, caliente o no caliente.

Antes de que comenzara a parlotear, le contГ© lo de Kyle, dejando de lado los detalles mГЎs molestos.

—Parece realmente perturbado por el divorcio —dije, sentándome a la mesa.

Ella asintiГі, mientras revolvГ­a la sopa.

—Era una relación destinada a acabar. La mujer se ha trasladado a Edimburgo hace meses, y se rumorea de que ya tenga otro. Sabe cómo son las malas lenguas... Él no es un santo, pero está muy ligado a estos lugares y no quería abandonar el poblado.

Me servГ­ un vaso de agua de la jarra.

—¿Es por eso que no se decide a irse?

El ama de llaves sirviГі los platos de sopa, y en un dos por tres comencГ© a comer ГЎvidamente. Estaba mГЎs hambrienta de lo que creГ­a.

—Kyle no hace más que decir que está harto, podrido de este lugar, de la casa, del señor Mc Laine, pero se guarda bien de irse. ¿Quién lo asumiría?

La mirГ© por encima del plato, curiosa.

—¿No es un enfermero diplomado?

La seГ±ora Mc Millian partiГі un pan en dos partes, meticulosamente.

—Lo es, ciertamente, pero mediocre y ablandahigos. No se puede decir que se saque el ancho aquí. Y a menudo su aliento huele a alcohol. No quiero decir que es un borracho, pero... —Su voz traslucía desaprobación.

—Yo amo esta casa —dije, sin reflexionar.





La mujer se quedГі pasmada.

—¿De verdad, señorita Bruno?

InclinГ© los ojos hacia el plato, las gotas en llamas.

—Me siento en casa aquí —expliqué. Y entendí que estaba diciendo la verdad. A pesar de los cambios de humor de mi fascinante escritor, estaba a gusto entre esas paredes, alejada de los sufrimientos de mi pasado aplastante.

La seГ±ora Mc Millian volviГі a charlar, y aliviada terminГ© mi plato. Mi mente corrГ­a sobre carriles desviados e irregulares, y el punto de arribo era siempre, inevitablemente, SebastiГЎn Mc Laine. Estaba desgarrada entre la necesidad irreprimible de soГ±arlo otra vez, y el deseo de echar las ilusiones a la espalda.

Kyle hizo acto de presencia en la cocina unos minutos despuГ©s, mГЎs espantoso que nunca.

—Detesto cordialmente al señor Mc Laine —empezó diciendo.

El ama de llaves lo interrumpiГі a mitad de una frase para regaГ±arle.

—Vergüenza te debería dar, hablar así de quien te da de comer.

—Mejor morir de hambre que tener que ver con él —fue la réplica irritada del otro. El rencor en su voz me hizo estremecer. No era un servidor devoto, eso ya lo había intuido, pero su odio era casi palpitante.

Kyle abrió el refrigerador y sacó dos latas de cervezas—. Buenas noches queridas señoras. Me voy a mi habitación a festejar el divorcio. —Un tic nervioso le hacía bailar la esquina derecha del ojo.

Yo y el ama de llaves nos miramos en silencio hasta que se alejГі.

—Ha sido realmente desconsiderado al hablar así del pobre señor Mc Laine —fueron sus primeras palabras. Luego me miró seria—. ¿Piensa que quiera suicidarse?

ReГ­, antes de lograr detenerme.

—No me parece el tipo… —la tranquilicé.

—Es cierto. Es demasiado superficial para alimentar sentimientos profundos por nadie —dijo con disgusto.

La preocupaciГіn por Kyle se evaporГі como rocГ­o al sol, y pasГі a enumerar las ventajas, segГєn ella, de vivir en el campo, en comparaciГіn con la vida en la ciudad. La ayudГ© a fregar los platos, y nos retiramos. Yo al primer piso, ella a una habitaciГіn poco distante de la cocina, en la planta baja.

Me di vueltas en la cama por mucho rato antes de dormir, luego caГ­ en un sueГ±o agitado. En la maГ±ana, sentГ­ mis mejillas duras por las lГЎgrimas nocturnas que no recordaba haber derramado. No soГ±Г© con SebastiГЎn aquella noche.

El dГ­a siguiente era martes, y el seГ±or Mc Laine ya estaba en la cama, antes de lo habitual.





—Hoy, puntual como un recaudador de tasas, vendrá Mc Intosh —dijo triste—. No logro disuadirle de lo contrario. Lo he intentado de mil maneras. Desde las amenazas hasta las súplicas. Parece que es impermeable a todos mis intentos. Es peor que un buitre.

—Quizá solo quiere asegurarse de que usted está bien —observé, solo por decir algo.

Г‰l pegГі su mirada a la mГ­a, luego prorrumpiГі en una risa estruendosa.

—Melisande Bruno, eres un personaje... El querido Mc Intosh viene porque lo considera su deber, no porque tenga un cariño especial hacia mí.

—¿Deber? No entiendo... Según yo, su único objetivo es hacerle una revisión. Tiene desde luego que tener un cierto interés —dije obstinada.

El seГ±or Mc Laine hizo una mueca.

—Querida... Espero que no seas tan ingenua como para creer que todo es como parece. No todo es blanco y negro, también existe el gris, por decir algo al respecto.

No respondГ­, ВїquГ© le podГ­a decir? ВїQue habГ­a llegado a la verdad sobre mГ­? Que para mГ­ realmente no existe nada mГЎs que el blanco y negro, al punto de sentir saciedad.

—Mc Intosh tiene sentimientos de culpa respecto al accidente, y pretende expiarlos viniendo a verme regularmente, aunque si no me gusta en absoluto —añadió malignamente.

—¿Sentimientos de culpa? —repetí—. ¿En qué sentido?

Un relГЎmpago iluminГі la ventana a sus espaldas, y luego vino el trueno, fragoroso. Г‰l no se volteГі, como si no lograra despegar sus ojos de los mГ­os.

—Se anuncia un diluvio torrencial. Quizás esto desanime a Mc Intosh de venir hoy.

—Lo dudo, es sólo una tormenta de verano. Una hora y habrá totalmente terminado —dije práctica.

Г‰l me miraba con una tal intensidad que me provocГі finos escalofrГ­os a lo largo de mi espina dorsal. Era un hombre extraГ±o, pero tan carismГЎtico que borraba cualquier otro defecto.

—¿Quiere que ponga en orden las estanterías pendientes? —pregunté nerviosamente, huyendo de su mirada fija.

—¿Ha dormido bien esta noche, Melisande?

La pregunta me cogiГі de sorpresa. El tono era ligero, pero escondГ­a una apremiante urgencia, que me empujГі a la sinceridad.

—No mucho.





—¿Nada de sueños? —Su voz era ligera y límpida como el agua de un plácido torrente, y me dejé transportar por la corriente refrescante.

—No, esta noche no.

—¿Querías soñar?

—Sí —contesté impulsivamente. Nuestro diálogo era surrealista, pero estaba dispuesta a continuarlo indefinidamente.

—Quizás te volverá a suceder. El silencio de este lugar es ideal para acunar sueños –dijo fríamente. Volvió al ordenador, ya despreocupado de mí.

FantГЎstico, me dije humillada. Me habГ­a echado un hueso como se hace con un perro, y yo fui tan idiota que lo aferrГ© como si estuviera muriГ©ndome de hambre. Y hambrienta, lo estaba realmente. De nuestras miradas, de nuestra intensa complicidad, de sus sonrisas inesperadas.

EncorvГ© los hombros y me puse a trabajar. En ese momento me acordГ© de Monique. Ella sГ­ que era experta en hacer rodar la cabeza a los hombres, en seducirlos en una red de mentiras y de sueГ±os, en conquistar su atenciГіn con maestrГ­a consumada. Una vez le preguntГ© cГіmo habГ­a aprendido el arte de la seducciГіn. Primero, respondiГі: В«No se aprende, Melisande. O lo posees desde siempre, o lo tienes que imaginarВ». Luego se volteГі hacia mГ­, y su expresiГіn se endulzГі: В«Cuando tengas mi edad, sabrГЎs cГіmo hacerlo, verГЎsВ». Ahora tenГ­a esa edad, y estaba peor que antes. Mis conocimientos masculinos habГ­an sido siempre esporГЎdicos y de corta duraciГіn. Cualquier hombre me endosaba la misma letanГ­a de preguntas: ВїCГіmo te llamas? ВїA quГ© te dedicas? ВїQuГ© coche tienes? Ante la noticia de que no tenГ­a permiso de conducir, me miraban como un animal raro, como si estuviera afectada por una terrible enfermedad contagiosa. Y yo no me abrГ­a, por cierto, a las confidencias.

PasГ© la mano sobre la cubierta encuadernada de un libro. Era una ediciГіn lujosa, en cuero marroquГ­, de "Orgullo y prejuicio" de Jane Austen.

—Apuesto a que es tu preferido.

AlcГ© de golpe la cabeza. El seГ±or Mc Laine me estaba estudiando, con sus pГЎrpados a medio cerrar y un destello peligroso en aquel manto negro.

—No —respondí, acomodando el libro en el estante—. Me gusta, pero no es mi preferido.

—Entonces será "Cumbres borrascosas".

Me regalГі una sonrisa espectacular, inesperada. Mi corazГіn dio un salto, y por un pelo que no precipitГі en la nada.

—Tampoco —dije, notando con alegría la firmeza de mi voz—. No termina precisamente bien. Como te he dicho, tengo una marcada predilección por el final feliz.

Hizo rodar la silla de ruedas, y se posicionГі a pocos pasos de mГ­, con una expresiГіn absorta.

—"Persuasión", siempre de Austen. Termina bien, no puedes negarlo. —No intentaba siquiera ocultar cuánto se estaba divirtiendo, y yo también me había apasionado con ese juego.

—Es agradable, lo admito, pero estás todavía lejos. Es un libro centrado en la espera, y yo no soy buena para esperar. Soy demasiado impaciente. Terminaría por resignarme, o cambiaría de deseo. —Ahora mi voz era frívola. Sin darme cuenta estaba flirteando con él.

—Jane Eyre.

No se esperaba mi risa, y se puso a mirarme, perplejo.

Pasaron varios minutos antes de que pudiera contestarle.

—¡Por fin! —Pensé que le habría tomado siglos...

Una sombra de sonrisa se hizo camino en su ceГ±o fruncido.

—Tenía que acertar rápido, en efecto. Una heroína con a las espaldas una historia triste y solitaria, un hombre del pasado sufrido, un final feliz después de mil aventuras. Romántico. Apasionado. Realista. —Ahora también sus labios sonreían, al igual que sus ojos—. Melisande Bruno, ¿eres consciente de que puedes enamorarte de mí como Jane Eyre del señor Rochester, que casualmente era su empleador?

—Usted no es el Señor Rochester —dije tranquilamente.

—Soy lunático como él —objetó, con una media sonrisa, que no pude evitar de corresponder.

—Estoy de acuerdo. Pero yo no soy Jane Eyre.

—También eso es verdad. Ella era sosa, feita, insignificante —dijo él, arrastrando las palabras—. Nadie sano de mente, y de ojos, podría decir eso de ti. Tus cabellos rojos se notarían a millas de distancia.

—No me parece precisamente un halago... —dije en tono de broma lamentosa.

—Quien se hace notar, en un modo o en otro, nunca es feo, Melisande —respondió él dulcemente.

—Entonces gracias.

Г‰l se burlГі.

—¿De quién has heredado estos cabellos, señorita Bruno? ¿De tus padres de origen italiano?

La alusiГіn a mi familia contribuyГі a ofuscar la felicidad de aquel momento. ApartГ© la mirada, y me puse a ordenar los libros en las estanterГ­as.





—Mi abuela era pelirroja, por lo que se dice. Mis padres no, y ni siquiera mi hermana.

AcercГі su silla de ruedas a mis piernas, tensas por el esfuerzo de colocar los libros. A esa distancia infinitesimal no podГ­a dejar de percibir su tenue perfume. Una mezcla misteriosa y seductora de flores y especias.

—¿Y qué hace una bonita secretaria de cabellos rojos y antepasados italianos en una apartada aldea escocesa?

—Mi Padre emigró para mantener a su esposa e hija. Yo nací en Bélgica.

Buscaba una manera de cambiar de conversaciГіn, pero era difГ­cil. Su cercanГ­a confundГ­a mis pensamientos, que se enmaraГ±aban en una madeja difГ­cil de desenredar.

—De Bélgica a Londres, y luego a Escocia. A sólo veintidós años. Admitirás que como mínimo es curioso, ¿no?

—Ganas de conocer el mundo —respondí reticente.

EchГ© un vistazo hacia Г©l. Su hirsuto ceГ±o habГ­a desaparecido como nieve bajo el sol, reemplazado por una sana curiosidad. No habГ­a manera de distraerlo. AllГЎ afuera la tempestad rugГ­a, con toda su violenta intensidad. Una batalla similar se estaba desarrollando dentro de mГ­. Comunicarme con Г©l era natural, espontГЎneo, liberador, pero no podГ­a, no debГ­a hablar a rienda suelta, o me arrepentirГ­a.

—¿Ganas de conocer el mundo para llegar a este rincón remoto del mundo? —Su tono era abiertamente escéptico—. No necesitas mentirme, Melisande Bruno. Yo no te juzgo, a pesar de las apariencias.

Algo se rompiГі en mГ­, liberando recuerdos que creГ­a enterrados para siempre. Una sola vez me fie de alguien, y habГ­a terminado mal, mi vida casi destruida. SГіlo el destino habГ­a impedido una tragedia, la mГ­a.

—No estoy mintiendo. También aquí se puede conocer el mundo —dije sonriendo—. Nunca había estado en las Highlands, es interesante. Y además soy joven, puedo aún viajar, ver, descubrir nuevos lugares.

—Entonces estas dispuesta a partir. —Su voz era ronca ahora. Me giré hacia él. Una sombra había caído sobre su rostro. Hubo algo de desesperado, furioso, de rapaz en él en aquel momento. Corta de palabras me limité a mirarlo fijamente. Hizo rodar la silla de ruedas, y regresó detrás del escritorio—. No te preocupes. Si sigues siendo tan indolente te echaré yo mismo, y así podrás retomar tu viaje alrededor del mundo.





Sus palabras bruscas fueron casi un cubo de agua helada lanzado sobre mГ­. Se parГі delante de la ventana, anclado en la silla de ruedas con ambas manos, los hombros agarrotados.

—Tenía razón. La tormenta ya terminó. No hay manera de evitar a Mc Intosh hoy. Parece que no hago más que equivocarme. ¡Hey!, mira, un arcoíris —me llamó, sin voltearse—. Venga a ver, señorita Bruno. Espectáculo fascinante, ¿no cree? Dudo que ya haya visto uno.

—Pero si lo he visto —repliqué, sin moverme.

El arcoГ­ris era el sГ­mbolo cruel de lo que me era eternamente negado. La percepciГіn de los colores, su maravilla, su arcaico misterio.

Mi voz era frГЎgil como una placa de hielo, mis hombros mГЎs rГ­gidos que los suyos. HabГ­a levantado de nuevo un muro entre nosotros, alto e insuperable. Una defensa inviolable. O quizГЎs habГ­a sido yo quien lo hizo antes.




CapГ­tulo Sexto




















—¿Quieres cenar conmigo, Melisande Bruno?

Lo mirГ© con los ojos de par en par, convencida de no haber entendido bien. Me habГ­a ignorado durante horas, y las raras ocasiones en las que se habГ­a dignado dirigirme la palabra habГ­a estado antipГЎtico y frГ­o. Al principio pensГ© negarme, ofendida por su actitud infantil y mutable, luego la curiosidad ganГі la partida. O quizГЎs fue la esperanza de volver a ver su sonrisa, aquella sonrisa torcida, hospitalaria, acogedora. De todas formas, y sin importar la razГіn, mi respuesta fue afirmativa.

La seГ±ora Mc Millian estaba tan turbada por la novedad que estuvo callada durante todo el tiempo que nos sirviГі la cena, suscitando nuestra mutua diversiГіn. El seГ±or Mc Laine se habГ­a relajado, y ya no tenГ­a aquella expresiГіn rГ­gida que tanto habГ­a aprendido a temer. Nuestro silencio era cГіmplice y se rompiГі sГіlo cuando el ama de llaves nos dejГі.

—Hemos conseguido dejar a la querida Millicent sin palabras... Me parece que acabaremos en el libro Guinness de los primates —observó él, con una risa que me tocó el centro del corazón.

—Sin duda —manifesté mi conformidad.

—Es una empresa realmente titánica. No creí que lo vería un día.

—Estoy de acuerdo.

Me guiГ±Гі el ojo, y tomГі un pincho de carne. La cena improvisada era informal pero deliciosa, y su compaГ±Г­a era la Гєnica que pudiera desear. Me prometГ­ que no harГ­a nada para destruir esa atmГіsfera idГ­lica, luego recordГ© que dependГ­a sГіlo en parte de mГ­. Mi compaГ±ero ya habГ­a demostrado en varias ocasiones que era fГЎcil de encolerizarse, y sin motivo aparente.

Ahora Г©l estaba sonriendo, y sentГ­ una punzada ante el pensamiento de no conocer el exacto color de sus ojos y cabellos.

—Entonces, Melisande Bruno, ¿te gusta Midgnight Rose?

Me gustas tГє, sobre todo cuando estГЎs tan despreocupado y en paz con el mundo. En voz alta dije:





—¿A quién no le puede gustar? Es una pedazo de paraíso, alejado del frenesí, el estrés, la locura de la rutina.

Г‰l dejГі de comer, como si se estuviera alimentando de mi voz. Y yo comencГ© a masticar mГЎs despacio para no romper ese hechizo, mГЎs frГЎgil que el cristal, mГЎs volГЎtil que una hoja de otoГ±o.

—Para quien viene de Londres debe ser así —admitió—. ¿Has viajado mucho?

Me llevГ© el vaso de vino a la boca, antes de responder.

—Menos de lo que me hubiera gustado. Pero he entendido una cosa: que el mundo se descubre en los rincones, en los pliegues, en los surcos, no en los grandes centros.

—Tu sabiduría solo es comparable con tu belleza —dijo con aire serio—. ¿Y qué estás descubriendo en esta amena aldea escocesa?

—El pueblo todavía no lo he visto —le hice recordar, sin rencor—. Pero Midnight Rose es un lugar interesante. Aquí me parece que el mundo se puede detener, y no siento la falta del futuro.

Por toda respuesta Г©l sacudiГі la cabeza.

—Has percibido la esencia más íntima de esta casa en tan poco tiempo... Yo aún no lo he logrado...

No respondГ­, el temor de enturbiar la reconquistada intimidad frenГі mi lengua. Г‰l me estudiГі atentamente, a su modo, como si yo fuera el contenido de un portaobjetos y Г©l un microscopio. La pregunta siguiente fue meditada, explosiva, presagio de un desastre inminente.

—¿Tienes familia, Melisande Bruno? ¿Alguien de los tuyos está todavía vivo? —No parecía una pregunta vana, dicha por decir algo. Había en ella un interés ardiente y auténtico.

Para disimular la vacilaciГіn bebГ­ mГЎs vino, y mientras tanto rumiaba la respuesta que tenГ­a que dar. Revelar que mi hermana y mi padre estaban todavГ­a en este mundo habrГ­a dado lugar a una secuencia de otras preguntas insidiosas, que no estaba dispuesta a afrontar. Era realista: aquella invitaciГіn a cenar habГ­a surgido sГіlo porque la tarde estaba aburrida, y buscaba una vГЎlvula de escape. Yo, la secretaria aГєn desconocida, servГ­a perfectamente a ese fin. No habrГ­a otra cena. DecidГ­ mentir, porque era mГЎs fГЎcil, menos complicado.

—Estoy sola en el mundo.

SГіlo cuando mi voz se apagГі, me di cuenta de que no era exactamente una mentira. Lo era en la connotaciГіn, no en los hechos. Yo estaba sola, excluida de todo. No podГ­a contar con nadie, a parte de mГ­ misma. Eso me habГ­a hecho sufrir tanto que me hizo pensar que perderГ­a la razГіn, pero me habГ­a acostumbrado. Absurdo, triste, penoso, pero cierto. Acostumbrada a no ser amada, a ser incomprendida. Sola.

Г‰l pareciГі absurdamente satisfecho por mi respuesta, como si fuese la correcta. Justa para quГ©, no habrГ­a sabido decirlo. AlzГі el vaso de vino, medio vacГ­o, en un brindis.

—¿Por qué? –dije, imitándolo.

—Para que puedas volver a soñar, Melisande Bruno. Y que tus sueños se cumplan. —Sus ojos me sonrieron por encima del vaso.

RenunciГ© a entender. SebastiГЎn Mc Laine era un enigma viviente, y su carisma, su magnetismo animal, eran suficientes como respuestas.

Aquella noche soГ±Г© por segunda vez. La escena era idГ©ntica a la vez anterior: yo en camisa de noche, Г©l a los pies de mi cama en trajes oscuros, ningГєn rastro de la silla de ruedas. Me tendiГі la mano, una sonrisa le curvГі el ГЎngulo de la boca.

—Baila conmigo, Melisande. —Su tono era delicado, dulce, suave como la seda. Una petición, no una orden. Y sus ojos... por primera vez eran suplicantes.

—¿Estoy soñando? —Pensé que solo lo había imaginado, pero lo había pedido realmente.

—Sólo si quieres que sea un sueño; en caso contrario, es una realidad —dijo categórico.

—Pero usted camina...

—En los sueños todo puede ocurrir —respondió, llevándome en un vals, como la primera vez.

SentГ­ una pulsiГіn de rabia. ВїPor quГ© en mi sueГ±o las pesadillas ajenas eran canceladas, mientras que la mГ­a permanecГ­a intacta, en su virulenta perfecciГіn? Era mi sueГ±o, pero no se dejaba domesticar, ni suavizar. Su autonomГ­a era extraГ±a e irritante.

De golpe dejГ© de pensar, como si estar entre sus brazos era mГЎs importante que mis dramas personales. Г‰l era descaradamente bello, y me sentГ­a honrada de tenerlo en mis sueГ±os.

Bailamos largamente, al ritmo de una mГєsica inexistente, nuestros cuerpos en sincronizaciГіn perfecta.

—Creía que no te volvería a soñar más —le dije, alargando la mano para tocarle la mejilla. Era lisa, caliente, casi hirviente.

Su mano se levantГі para entrelazarse con la mГ­a.

—Yo también creía que no te soñaría más





—Pareces tan real... —dije en un soplo—, pero eres un sueño... Eres demasiado dulce para ser algo distinto...

EstallГі en una risa divertida, y me estrechГі mГЎs fuerte.

—¿Te hago enfadar?

Lo mirГ©, ceГ±uda.

—Hay veces en las que te daría un puñetazo.

No parecГ­a ofendido, sino satisfecho.

—Lo hago a propósito. Me gusta molestarte.

—¿Por qué?

—Es más sencillo tenerte a distancia.

El sonido chillГіn de la pГ©ndola invadiГі el sueГ±o, y ocasionГі mi descontento. Porque Г©l estaba retrocediendo, otra vez; como si hubiera sido una seГ±al.

—Quédate conmigo —le imploré.

—No puedo.

—Es mi sueño. Decido yo —repliqué amarga.

Г‰l alargГі la mano para rozar mis cabellos en una caricia, con sus dedos mГЎs ligeros que una pluma.

—Los sueños se nos escapan, Melisande. Nacen de nosotros, pero no nos pertenecen del todo. Tienen su propia voluntad, y terminan cuando lo deciden ellos.

Me empecinГ©, como una niГ±a.

—No me gusta.

Su rostro fue atravesado por una inusual gravedad.

—No le gusta a nadie, pero el mundo es injusto por antonomasia.

TratГ© de retener el sueГ±o, pero mis brazos eran demasiado dГ©biles y mi grito fue sГіlo un susurro. DesapareciГі rГЎpido, como la primera vez.

Me encontrГ© despierta, mis orejas atontadas por un ruido sordo. Luego comprendГ­, con consternaciГіn, que eran los ruidos arrГ­tmicos de mi corazГіn. TambiГ©n Г©l se estaba yendo por su cuenta, como si ya nada me perteneciera. No tenГ­a mГЎs control sobre ninguna parte de mi cuerpo. Lo que mГЎs me trastornГі, sin embargo, fue que ya no tenГ­a control tampoco sobre mi mente y mis sentimientos.

La carta llegГі aquella maГ±ana, y tuvo el efecto desbordante de una piedra arrojada en un estanque. Algo termina en un determinado punto, pero sus efectos reverberan sobre puntos circundantes, en cГ­rculos concГ©ntricos y muy amplios.

Mi humor estaba por los cielos, y empecГ© la jornada canturreando. Probablemente, no por mГ­.

La seГ±ora Mc Millian sirviГі el desayuno en un religioso silencio, ocupada en fingir que no estaba curiosa por la cena de la tarde anterior.

DecidГ­ no darle vueltas al asunto. TenГ­a que aclarar sus dudas antes de que se crease certezas propias, y catastrГіficas para mi reputaciГіn, y quizГЎ tambiГ©n para la del seГ±or Mc Laine. Toda esperanza sentimental respecto a Г©l era exclusivamente parte de mis sueГ±os, y no debГ­a ceder a su evanescente hermosura.

—¿Señora Mc Millian?

—Sí, señorita Bruno?

Estaba untando con mantequilla el pan tostado, y le hice la pregunta sin alzar los ojos.

—El señor Mc Laine se sentía solo anoche, y me pidió que le hiciera compañía. Si no hubiera sido a mí se la habría pedido a usted. O a Kyle —dije inamovible.

Se ajustГі las gafas en la nariz, y asintiГі.

—Pero por supuesto, señorita. No he pensado mal en ningún momento. Es evidente que se trata de un episodio aislado.

Su seguridad me dejГі pasmada, aunque era razonable. En el fondo yo tambiГ©n lo pensaba. No habГ­a motivos para esperar que el codiciado soltero de oro de la regiГіn se enamorase de mГ­. Estaba sobre una silla de ruedas, pero no era ciego. Mi mundo en blanco y negro era la prueba viviente y constante de mi diversidad. No podГ­a permitirme el lujo de olvidarlo. Nunca. O habrГ­a acabado quizГЎs hecha pedazos.

SubГ­ las escaleras como cualquier otro dГ­a. Me sentГ­a inquieta a pesar de la tranquilidad que aparentaba. SebastiГЎn Mc Laine sonreГ­a cuando abrГ­ la puerta, y mandГі mi corazГіn directamente al paraГ­so. Hubiera querido no tener nunca que ir a recogerlo.

—Buenos días, señor —lo saludé con calma.

—Qué formales que estamos, Melisande —lo dijo en tono de reproche, como si hubiésemos compartido una intimidad mayor que una simple cena.

Mis mejillas se encendieron, y estuve segura que habГ­an enrojecido, aunque no tenГ­a ni idea del significado real de esa palabra. El rojo era un color oscuro, idГ©ntico al negro en mi mundo.

—Es sólo respeto, señor —le dije, mitigando mi tono formal con una sonrisa.

—No he hecho mucho para merecérmelo —reflexionó—. O por el contrario, te habré parecido odioso alguna vez.

—No, señor —respondí, caminando sobre un terreno minado. El peligro de desencadenar su ira estaba siempre latente, presente en todo nuestro intercambio verbal, y no podía bajar la guardia. Aunque si mi corazón lo había ya hecho.

—No mientas, no lo soporto —refutó, sin perder su maravillosa sonrisa.

Me sentГ© frente a Г©l, dispuesta a desempeГ±ar las tareas para las cuales se me pagaba. Ciertamente no para enamorarme de Г©l; eso estaba fuera de discusiГіn.

SeГ±alГі una pila de cartas sobre el escritorio.

—Subdivide el correo personal del de trabajo, por favor.

Desviar mis ojos de los suyos, llenos de una dulzura nueva, fue un esfuerzo. SeguГ­a sintiГ©ndolos sobre mГ­, calientes e irrefrenables, y me costГі concentrarme.

Una carta llamГі mi atenciГіn porque no tenГ­a remitente y la caligrafГ­a en el sobre me era conocida. Como si no bastara, el destinatario no era mi bien amado escritor sino yo misma. QuedГ© paralizada, con el sobre entre los dedos, y la cabeza cargada de pensamientos contradictorios.

—¿Algo no está bien?

Mi mirada se levantГі para reunirse con la suya. Me miraba atento, y me di cuenta de que nunca habГ­a dejado de hacerlo.

—No, yo... Todo está bien... Es sólo que... —Estaba perdida en un dilema laberíntico: decirle o no sobre la carta. Si callaba había el peligro de que se lo dijera más tarde Kyle. Era él quien retiraba el correo y lo ponía sobre el escritorio. O quizá no se había dado cuenta de que una carta tenía otro destinatario. ¿Podía confiar en eso, y arrinconar la carta para recuperarla en un segundo momento? No, inviable. El señor Mc Laine era demasiado analítico, y no se le escapaba nada. El peso de mi mentira se interpuso entre nosotros.

Г‰l extendiГі la mano, poniГ©ndome de espaldas contra el muro. HabГ­a percibido mi indecisiГіn, y pretendГ­a ver con sus ojos. Con un suspiro pesado le pasГ© los sobres. Sus ojos se separaron de los mГ­os sГіlo un segundo, el tiempo justo para leer el nombre en el sobre, luego volvieron a los mГ­os. La hostilidad regresГі a ellos, densa como la niebla, viscosa como la sangre, negra como la desconfianza.

—¿Quién te escribe, Melisande Bruno? ¿Un novio lejano? ¿Un pariente? Ah, no, que estúpido. Me has dicho que están todos muertos. ¿Y entonces? ¿Un amigo, quizás?

CogГ­ al vuelo su suposiciГіn, y seguГ­ con la mentira.

—Quizás mi antigua coinquilina. Jessica. Sabía que me escribiría, yo le había dado mi dirección —dije, sorprendida de cómo las palabras me fluían de la boca, naturales en su falsedad.

—Léela entonces. Estarás ansiosa de hacerlo. No te hagas problemas, Melisande —su tono era meloso, jaspeado de una crueldad aterradora. En ese momento me di cuenta de que mi corazón aún existía, a pesar de mis anteriores convicciones. Estaba hinchado, a punto de un síncope, aislado del resto del cuerpo, como mi mente.

—No... no tengo prisa... más tarde, quizás... Quiero decir... Jessica, no creo que tenga grandes novedades... —balbuceé, evitando su mirada gélida.

—Insisto, Melisande.

Por primera vez en mi existencia fui consciente de la dulzura del veneno, de su perfume hechizante, de su engaГ±oso embrujo. Porque su voz y su sonrisa no evidenciaban su furia; sГіlo sus ojos lo traicionaban.

TomГ© el sobre que me daba con la punta de los dedos, como si estuviera infectado. Г‰l permaneciГі en espera. HabГ­a una pizca de sГЎdica diversiГіn en esos ojos insondables. Introduje el sobre en el bolsillo.

—Es de mi hermana. —La verdad me salió de la boca, liberadora, aunque si no habría habido modo de evitarla. Él permaneció en silencio, y yo valientemente proseguí—. Sé que he mentido a propósito acerca de mis parientes, pero... de verdad estoy sola en el mundo. Yo... —Me faltó la voz. Volví a intentarlo—. Sé que no hice lo correcto, pero no tenía ganas de hablar de ellos.

—¿Ellos?

—Sí. Mi padre todavía está vivo. Pero sólo porque su corazón late aún. —Mis ojos se nublaron de lágrimas—. Es casi un vegetal. Es un alcohólico en el último estadio, y no recuerda ni siquiera quienes somos. Yo y Monique, quiero decir.

—Estúpido mentir, de parte suya, señorita Bruno. ¿No pensó que su hermana le escribiría aquí? ¿O quizás ha pasado a la clandestinidad para no ocuparse de su padre, dejando toda la carga a otro? —Su voz resonó en el estudio, mortal como el disparo de un fusil.

TraguГ© las lГЎgrimas, y lo mirГ© con aire desafiante. HabГ­a mentido, era innegable, pero Г©l me estaba pintando como un ser abyecto, indigno de vivir, no merecedor de respeto.

—No le permito juzgarme, señor Mc Laine. No sabe nada de mi vida, o de las razones que me han llevado a mentir. Usted es mi empleador, no mi juez, y ni mucho menos mi verdugo.

La calma mortal con la cual hablГ© sorprendiГі mГЎs a mГ­ que a Г©l, y me llevГ© una mano a la boca, como si hubiera sido ella a hablar en mi lugar, ajena a mi mente, dotada de autonomГ­a al igual que mi corazГіn, o mis sueГ±os.

Me levantГ© de golpe, haciendo caer la silla hacia atrГЎs. La recogГ­ con las manos temblorosas, y la mente en estado catatГіnico. HabГ­a ya llegado a la puerta, cuando Г©l hablГі con amedrentadora dureza.

—Tómese el día libre, señorita Bruno. Me parece muy perturbada. Nos vemos mañana.

LleguГ© a mi habitaciГіn en un estado de trance, y corrГ­ al baГ±o contiguo. AllГ­ me lavГ© la cara con agua frГ­a, y observГ© mi imagen en el espejo. Fue demasiado. Todo el blanco y negro que me rodeaba era mГЎs inquietante que una manta fГєnebre. Me sentГ­a peligrosamente en vilo, al borde de un precipicio. Caer no me asustaba; eso ya habГ­a ocurrido tantas veces, y me habГ­a levantado. Mi piel y mi corazГіn estaban cubiertos de millones de cicatrices invisibles y dolorosas. TenГ­a miedo de perder la razГіn, la lucidez que me habГ­a mantenido en vida hasta ese momento. En tal caso hubiera preferido estrellarme. Las lГЎgrimas no derramadas me retorcieron las entraГ±as, y me redujeron a un espectro. Un zombi, como el protagonista de una de las novelas de Mc Laine.

Mi mano palpГі el bolsillo de la falda de Tweed, donde habГ­a metido la carta de Monique. Cualquier cosa que quisiera no se podГ­a retrasar mГЎs. La saquГ©, y la llevГ© al dormitorio. Pesaba como un saco de cemento armado, y fui tentada de no abrirla. Su contenido sГіlo podГ­a ser uno: sufrimiento. Me habГ­a creГ­do fuerte antes de llegar a Midnight Rose. CuГЎnto me habГ­a equivocado. No lo era en absoluto. Mis manos actuaron por cuenta propia, yo estaba reducida a un tГ­tere. Ellas desgarraron el sobre, y extendieron la hoja que tenГ­a dentro. Pocas palabras, tГ­pico de Monique.





Querida Melisande,

Necesito mГЎs dinero. Te doy las gracias por lo que enviaste de Londres, pero no es suficiente. ВїNo puedes solicitar un anticipo de sueldo a ese escritor? No seas tГ­mida, y no tengas reparos. Me han dicho que es riquГ­simo. En el fondo es sГіlo un paralГ­tico, fГЎcilmente influenciable. Date prisa.

Tu querida hermana, Monique.





No sГ© por cuГЎnto tiempo me quedГ© mirando la carta, quizГЎs unos pocos minutos, quizГЎs horas. Todo perdiГі importancia, como si mi vida tuviera sentido sГіlo como apГ©ndice de Monique y de mi padre. Me hubiera gustado que desaparecieran ambos, y aquel pensamiento terrible, que durГі el espacio de un segundo, me colmГі de horror. Monique habГ­a intentado amarme, con su modo egoГ­sta, naturalmente. Y mi padre... bueno, los recuerdos hermosos de Г©l eran tan pГЎlidos que me cortaron la respiraciГіn en la garganta. Pero seguГ­a siendo mi padre. Aquel que me habГ­a dado la vida, reservГЎndose para si el derecho de pisotearla. DoblГ© la carta con cuidado, con una atenciГіn meticulosa y exagerada. Luego la guardГ© en un cajГіn de la cГіmoda.

Dinero. Monique necesitaba dinero; mГЎs. HabГ­a vendido todo lo que poseГ­a en Londres, muy poco por cierto, para ayudarla y, tras pocas semanas, estГЎbamos al punto de partida. SabГ­a que los tratamientos para papГЎ eran costosos, pero ahora comenzaba a tener miedo. Si SebastiГЎn Mc Laine me hubiera despedido, y sГіlo Dios sabГ­a si tenГ­a buenas razones para hacerlo, a no ser por el entretenimiento, me hubiera encontrado en medio de la calle. ВїCГіmo podГ­a, despuГ©s de lo ocurrido pedirle un anticipo? Me resultaba agotador el tan solo pensamiento de hacerlo. Monique nunca habГ­a tenido ninguna clase de reparos, dotada como estaba de una cara dura envidiable, pero para mГ­ las cosas eran distintas. Comunicar no era mi fuerte, pedir ayuda imposible. Demasiado miedo al rechazo. Una sola vez lo habГ­a hecho, y aГєn recordaba el sabor del no, la sensaciГіn de rechazo, el ruido de la puerta derribada en la cara.

—Kyle es realmente un vago. Ha desaparecido con el auto en la tarde, y ha regresado hace solo media hora. El señor Mc Laine está furibundo. Echaría a patadas ese tipo, ¡lo digo yo! ¡Dejar así al señor sin asistencia!

La voz de la señora Mc Millian estaba llena de indignación, como si Kyle le hubiese hecho un daño personal. Yo seguía poniendo a un lado la comida en el plato, sin la más mínima señal de apetito. La mujer siguió hablando, prolija como siempre, y no se percató de mi falta de apetito. Le sonreí de manera forzada, y volví a sumergirme en la capa negra de mis pensamientos. «¿De dónde sacar ese dinero?» No, no tenía elección. Faltaban dos semanas para el momento en el que cobraría el sueldo. Monique tenía que esperar. Le enviaría todo, esperando que no fuera una acción imprudente. El riesgo de ser despedida sin preaviso era terriblemente real. El señor Mc Laine era un hombre imprevisible, dotado de un carácter inigualable y evidentemente poco fiable.

Me retirГ© a mi habitaciГіn, tan afligida que no lograba ni llorar ni estar calmada. Me acostГ©, llamando al sueГ±o, que tardГі en llegar. Ya no tenГ­a control sobre nada, marginada por mi propio cuerpo. DemГЎs estГЎ decir que no soГ±Г© aquella noche.




CapГ­tulo SГ©ptimo




















El zumbido en mi cabeza era como un barro negro e hirviente que se me venГ­a encima, sin darme tregua. El recibimiento de Mc Laine no fue frГ­o como me lo esperaba, quizГЎs porque se limitГі a ignorarme sin contestar mi saludo. Durante toda la maГ±ana actuГі como si yo no estuviera, y fui devorada por mi propia infelicidad.




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